El mundo y cualquiera


Eynard_ Perfil Casi literalConozco el lugar donde vive

un muchacho al que llaman el loco,

se pasa los días soñando y mirando

las puestas del sol.

Hace un par de días me topé con la genial canción, quizás algo cursi al final pero genial en sí: Loco, del legendario Alux Nahual. Esta canción, además de su melodía, su historia y lo que la rodea, me dio un golpe certero en la conciencia después de mucho tiempo en relación con asuntos de nosotros mismos involucrados en este sistema, de nuestras siete máscaras (seguramente mil más), como bien diría Khalil Gibrán, y me acordé, al final de todo el asunto, también, de ese dios romano de las puertas, Jano, el de las dos caras, tan inocente pero sospecho y macabro: el que puede representar las manifestaciones de aspectos disímiles entre sí.

«Pero llega el fin de semana / y la oveja se quita la lana». Aquí, creo, es en donde radica la importancia y la fuerza del loco y de nosotros mismos para sobrevivir en este mundo: la capacidad de quitarnos el dinero los unos a otros, la capacidad de camuflarnos en el ambiente y, muy en el fondo, cuando se nos remueve el inconsciente y se nos remueve nuestra consciencia total que nos queda con las miles de pieles (máscaras) que cargamos a nuestro alrededor a la espera de un ladrón para que nos las robe y, por lo tanto, nos libere de esas ataduras y nos recuperemos a nosotros mismos, nuestra libertad, nuestra esencia como ser humano, nuestra responsabilidad intrínseca de identidad.

¿Entonces jugamos a la suplantación? Creo que sí, y creo que es constante y sonante y se convirtió en un engranaje propio de nuestro sistema y de nuestra sobrevivencia. Camus nos lo dice en La caída y, quizás, hasta nos está diciendo que es algo muy nuestro, que nos gusta suplantarnos voluntariamente, ya no solamente es la fuerza de las circunstancias quien nos lo exige, somos nosotros en medio de un juego que creamos a partir de la necesidad y en donde nos divertimos, nos gusta, nos alegra, nos emociona y en donde nos hemos devorado a nosotros mismos, nos comimos nuestra propia cola.

Sin embargo esto quizás conlleva un problema, aunque quizás no, y es lo más seguro. La hora de jugar a no ser nosotros mismos, al estilo de cualquier novela de detectives somos este y somos aquel y somos el otro y somos nadie y somos cualquiera. Pero seguramente llegará un momento en donde nos preguntemos o simplemente nos dé curiosidad saber quiénes somos en realidad, qué oveja, ¿con lana o sin lana, loba o no loba? Esto es normal, de lo más natural del mundo, creo, y es algo que nos ha rodeado en nuestra humanidad desde hace tanto: la idea del lobo disfrazándose de oveja es como decir la idea ancestral, vieja y recurrente de disfrazarnos de otro yo, del que quiero ser, del que me dieron ganas de ser, de aquél. El poeta dice:

Cada instante de nuestra vida

debería tener un nombre

que no se pareciese al nuestro

que nos olvidase.

Somos uno, somos dos, somos tres, cuatro, cinco, etcétera, etcétera. Somos uno y somos todos. La multiplicidad que converge en uno solo, cuando quiere, donde quiere y como quiere. Esto es ser como un abanico de avatares. Hasta somos ancestrales, épicos, esotéricos, místicos, profundos.

En fin, esto es bueno o malo, no sé. Hay tantas posibilidades de vida y tantas posibilidades de muerte, cada una es distinta pero termina en la misma, en la única, la unicidad de la conciencia, por así decirlo, aunque la hayamos multiplicado en el camino: uno no es ninguno, ninguno es uno. Nos recogemos del vacío, nos incursionamos en el cielo, en el infierno, en el limbo y en medio de dimensiones perpendiculares y atravesadas, de callejones circunstanciales y de situaciones un poco menos que infinitas. Somos este como cualquiera, existente o inexistente, inventado o creado, armado, implantado.

La Gran Sombra, de igual modo, siempre está rondando por ahí, no lo olvidemos.

¿Quién es Eynard Menéndez?

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