Perdóname porque abusaste de mí


«Anoche soñé que él se ahogaba en una piscina inmunda. Yo intentaba salvarlo, le daba mi mano, aunque él no lograba alcanzarla. Desperté angustiada. Yo corría a pedir ayuda, pero las personas que supuestamente debían ayudarlo me daban la espalda, asqueadas.

»¿Me rechazaban a mí o rechazaban ayudarlo a él? Creo que ambas. Esa es una pesadilla necia desde lo que pasó. A los dos nos penalizaron, aunque a mí, además, me sacaron, porque no podía quedar sin castigo». Eso me decía una mujer que fue despedida y humillada, además de torturada psicológicamente para que no denunciara lo que había sucedido allí donde trabajaba.

¿Cuántas mujeres son víctimas de abusos físicos, psicológicos, económicos y emocionales simplemente porque son mujeres? Eso me recuerda, entre muchas, la cobardía de Rafael Gutiérrez frente a las denuncias de 2019. Hablar de machismo o feminismo ya suena a ideología manoseada y putrefacta, así que parece necesario inventarse otra definición o abrir otra palestra para ventilar el tema de la violencia; no de género, no sexual, no étnica, sino violencia humana pura y dura, simplemente.

Esa misma violencia que provoca a unos ensañarse contra otros, que mueve voluntades, degeneraciones, fijaciones y pulsiones para abusar, torturar, asfixiar, condenar o culpar a otros simplemente porque el abusador se siente superior de alguna forma: intelectual, social, sexual, étnica, racial, cultural, económica o moral… Eso es lo execrable y denunciable.

Hablo de la violencia en contra de las mujeres por el hecho de ser mujeres. Como diría la poeta guatemalteca Ana María Rodas en uno de sus emblemáticos Poemas de la izquierda erótica:

VIII.
De acuerdo,
soy arrebatada, celosa, voluble
y llena de lujuria

¿Qué esperaban?
¿Que tuviera ojos
glándulas
cerebro, treinta y tres años
y que actuara
como el ciprés de un cementerio?

Sí, perdón por incluir un poema que puede sonar inapropiado. Perdón si al incluirlo te motivo a creer que soy una mujer fácil o sexualmente ansiosa, lo que demerita mi postura crítica.

Perdón si mis palabras me ponen en una situación vulnerable que te hace etiquetarme como escandalosa o impúdica, merecedora de marginación o censura.

Pido perdón en nombre de las instigadoras que se ponen al tiro y luego se quejan, como aquellas que al usar minifalda le gritan a los hombres: «¡Me urge que me violes!» Perdón por provocar que abuses de mí.

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