Expulsando lo que el viento se llevó


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalRecientemente, HBO decidió retirar Lo que el viento se llevó (1939) de su catálogo al considerar que esta película presenta una visión idílica del periodo de la esclavitud en el sur de Estados Unidos. La BBC no estará mostrando la comedia de sketches Little Britain (2003) alegando que sus personajes, chistes y tramas son transfóbicos, racistas y xenofóbicos. Abbey Lee Miller, la mamá de todas las mamás de Dance moms, no regresará a la nueva temporada de este reality por sus repetidos comentarios racistas.

Todo esto es allá en el norte. En el sur seguimos pensando que no reconocer y valorar la dignidad humana es una opinión. Y si esa opinión la expresa una persona que se dedica al arte, bien está en su derecho. Acá en el sur seguimos viendo y admirando telenovelas que, además de normalizar la opresión a las mujeres, nos hacen creer que es normal y hasta adorable que una actriz blanca de ojos azules interprete el rol de una mujer indígena. Acá seguimos mostrando obras de teatro de mujeres en guerra de chismes con otras mujeres, y de gays haciendo del bufón del rey.

A pesar de la frustración que esto me causa, puedo entender esta resistencia al cambio. Admitir que has estado equivocado y que debes replantearte un nuevo modelo mental que implica vivir en una sociedad que valora la dignidad de todas las personas es altamente doloroso. Lo sé porque lo vivo a diario.

Hace más de veinticuatro años, mientras escribía De mangos y albaricoques desde un estudio en Miami Beach donde cohabitaba con cucarachas voladoras, buscaba compartir la experiencia de vivir un exilio sexual. Quería comunicar lo que se sentía esconder mi orientación sexual ante las personas que más quería mientras la exploraba plenamente frente a perfectos desconocidos. No tenía experiencia ni como escritor, actor o director.  El asunto fue a pelo, como muchas otras que hacía en ese entonces. La obra recibió el Premio Ricardo Miró en 1996 y su primer y único montaje en 2003.

Hace tres años, reflexionando sobre los muchos avances en el reconocimiento de los derechos humanos de las personas LGBTIQ, me daba cuenta de que para muchas personas en Panamá vivir o salir del armario es aún una realidad difícil. Así que decidí montar mi primera obra con un grupo de jóvenes actores que se atrevieron a experimentar conmigo en un proceso teatral altamente disruptivo: sin director y con un texto original como guía y no como soga al cuello.

El resultado, De mangos y albaricoques: Redescubierta fue una puesta en escena de 2017 que aún me llena de orgullo por todas las poderosas imágenes que pudimos construir desde lo colectivo.  Pero el proceso de llegar a ese resultado comenzó a destruir mucho de lo que fui.

Expulsando lo que el viento se llevó_ De Mangos y Albaricoques_ Casi literal

Los jóvenes actores —en particular Fernando Beseler, quien se convertiría en mi aliado en otros proyectos teatrales y visuales— me hacían ver escena tras escenas en acaloradas y sísmicas discusiones el alto nivel de homofobia, transfobia y misoginia del texto original: el personaje principal de la obra muere porque es la única manera de no lidiar realmente con el tema, sus mejores amigos son una mala burla sorda hacia las personas trans y las mujeres solo hablan sobre relaciones amorosas con hombres y sobre sus hijos.

Para redescubrir el tema, entrevistamos a personas trans sobre sus experiencias vividas y conversamos sobre los más recientes reportes sobre la diversidad sexual. Con esta información, trabajamos en expulsar del texto una gran cantidad de algodón de estereotipos que solo servía para evitar explorar los complejos conflictos de un hombre joven gay con mucho odio hacía sí mismo.

Del proceso salí lastimado. Darme cuenta de que mucho de lo que pensaba y hacía era guiado por la ignorancia y mi falta de interés en entender al otro aún sigue doliéndome. Siempre estaré agradecido con estos jóvenes actores por su aceptación y paciencia al hacerme ver mis sesgos y por no suponer que perro viejo no aprende nuevos trucos. Desde su lenguaje, pudieron hacerme ver sus experiencias, confrontar mis temores y estereotipos y, sorprendentemente, aceptar a la persona desnuda y cruda que nacía cada vez que confrontaba mi propia ignorancia.

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[Foto de portada: Metro Goldwyn-Mayer]

[Fotos de los ensayos de De mangos y albaricoques: Redescubierta: Aris Rodríguez]

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