Al fondo de esta tumba
se ve el mar
Epitafio de V. H.
En un principio, Vicente Huidobro se veía a sí mismo como el primer poeta chileno, luego como el primer poeta latinoamericano, luego como el primer poeta del español, hasta que quiso consagrarse como el primer poeta del siglo. Lamentablemente no fue así, pues solamente lo consagran aquellos que se dedican de un modo u otro al oficio literario como lectores, académicos o creadores.
Creo que Huidobro manifiesta tres vertientes principales en su personalidad y su quehacer literario: el poeta del reino en sí mismo, el poeta del mito (creado alrededor del reino que soñaba suyo), el poeta galán, el poeta que transmutaba la realidad a través de la palabra y, cómo no, el que quería cambiar la realidad a través de la palabra.
Paulina Cornejo, la bibliotecóloga que estuvo a cargo de ordenar el archivo personal del poeta por parte de la fundación epónima, dice que con Vicente Huidobro todo puede ser a la vez que puede no ser. Tiene un pacto con el diablo como escandalizador de las sociedades de clase alta y los jóvenes radicales. Posee linajes directos al Cid Campeador y versiones distintas de su muerte. Es el ladrón del teléfono de Hitler, el enamorado de su madre, el ultrajador de las fechas de publicación en su propia obra…
Según se dice, al momento de nacer Huidobro una hechicera predijo las únicas opciones para su destino: ser un bandido o ser una personalidad prominente. Al fin de cuentas, Huidobro eligió ser un buen hombre dentro de las posibilidades que tiene un poeta. A primera vista, fue el padre irresponsable de cinco críos que abandonó junto con su esposa (Manuela Portales Bello, descendiente directa de Andrés Bello) para continuar sus sueños poéticos. Pero eligió este anhelo de grandeza en el mundo artístico por ser un enamorado natural de la vida y sus emociones fuertes —fue el único corresponsal chileno en la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo—, así como de las mujeres que esta experiencia conlleva.
Huidobro fue el hechizo en su misma vida. Se dice que él afirmaba que Espejo de agua, publicado originalmente en 1918, había surgido en 1916 para garantizar que había sido él el primer vanguardista de vanguardistas de lengua española en pleno París.
Con el poder de su palabra, en sus novela Finnis Britannia descalabró el imperio inglés y en ¿De anticipación? planteó su teoría para fundar una comunidad perfecta de hombres nuevos en Angola. En Argentina instauró el Creacionismo cuando se fugó con la poetisa Teresa Wills Montt, una muchacha de alta sociedad de apenas 19 años: «Que el verso sea como una llave / que abra mil puertas».
Sufrió dos autoatentados, un secuestro y una muerte, ambos simulados sin ninguna razón que tengamos a la mano, pero seguramente efectuados para aumentar su mito poético, su mito de personaje en la gloria de la ficción y la verdad. Todo esto ocurrió antes de sus 33 años, hasta que alcanzó la madurez con Altazor o el viaje en paracaídas, obra que él describió como la resurrección. Cristo murió a los 33 años y resucitó; el poeta, en cambio, volvió a nacer, más al estilo de Dioniso.
Después del estruendo de Altazor, en 1928 vino el escándalo del secuestro de Ximena Morategui, una colegiala de 17 años con quien se casó al estilo mahometano. Se separó de ella allá por 1945 y así inició la caída del poeta-dios que básicamente se despidió con su poemario El ciudadano del olvido unos años antes, el poeta del futuro, el poeta que después de todo no pudo ganarle la batalla a la muerte (las cuatro o cinco versiones de tal evento), o a lo mejor sí:
«Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo;
Nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil sentimental.
Lanzaba suspiros de acróbata».
Pues bien, a veces siento que Huidobro es todo aquello que un poeta desearía ser o que al menos anhela, siente o desea, porque al final de cuentas ambos lo buscaban y no lo hallaron: Vicente Huidobro como hombre y él mismo como poeta. Veo al poeta ignorado, al poeta olvidado, al poeta que se ahogó en la indiferencia cuando Pablo Neruda le ganó la carrera en vida cuando le dieron el Premio Nacional en 1945, mismo año en que Gabriela Mistral recibió el Premio Nobel. Algo simplemente me dice que a Huidobro no le hicieron mucha gracia esos dos reconocimientos, dos golpes directos a su ego, directos a su posteridad.
Vicente Huidobro posee el espíritu de todos los poetas: el poeta del reino-en-sí-mismo, el poeta del infinito, el poeta que crea y recrea su leyenda en sus escrituras.
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