La literatura ha servido como instrumento para reflejar las sociedades en distintos momentos a través del tiempo. El vehículo de las historias se mueve paralelamente a nuestras inquietudes, a nuestros miedos o a nuestras aspiraciones como consecuencia de los acontecimientos que moldean las sociedades en las que vivimos.
El reflejo de nuestra humanidad a través de la escritura sirve para explicar nuestra evolución a través de los años, pero también para mostrar aquellos lugares comunes a los que siempre hemos recurrido. Ciertamente las interrogantes filosóficas que no poseen una respuesta satisfactoria continuarán repitiéndose pero para asimilarlas mejor tratamos de empatarlas con inquietudes propias de cada época. Tal es el caso de Frankenstein, una obra que responde a un momento en que la ciencia se abría paso y planteaba interrogantes sobre su práctica y cuán ética debía ser, todo a través de la confrontación entre el creador y su creación.
La transformación del miedo en la literatura ha ido de la mano con esta evolución pero continúa respondiendo a la incesante labor de representar la frágil condición humana como un brote mismo de nuestra naturaleza. Como respuesta a esta vulnerabilidad logramos crear sistemas que proporcionan orden y seguridad, o al menos que se oponen al temor a lo desconocido. Como prueba de este sistema sirven los millones de historias que se encuentran en los libros.
La especie de cercanía en que vivimos —producto del surgimiento de la era de la comunicación— permite establecer nuevas paradojas respecto a nuestras relaciones sociales, achicando el mundo pero ampliando las experiencias que compartimos, sin importar el idioma o las distancias que nos separen. Convertimos todo el proceso en experiencia más inmediata. Dentro de esta nueva frontera literaria y social, aunado a los avances científicos de nuestra era, surgen nuevas interrogantes que antes no se discernían con tanta claridad, como lo son los retratos de nuestros miedos y la causa de ellos.
Realizando un repaso somero de los temores que se reflejan en el arte, la gran mayoría poseen un rostro que se contrapone a nuestra imagen y amenaza la seguridad de nuestra existencia. Esta relativa vaguedad en nuestras conciencias viene a ser llenada muchas veces por la literatura y otros tipos de arte, oscilando el péndulo de nuestros temores entre las fronteras de lo familiar y lo desconocido y dependiendo de los momentos históricos que observemos. Es así, por lo tanto, que surgen imágenes como las de Frankenstein, Drácula, el infierno, extraterrestres, zombis o asesinos, como sucede con la literatura de Edgar Allan Poe.
La asociación de estos factores históricos reflejados en la escritura demandan la observación de la actualidad y, por lo tanto, las circunstancias que rodean la sostenibilidad del planeta y su amenaza. Las consecuencias del cambio climático no tienen que ver con la amenaza hacia el planeta Tierra como suele discurrir la plática social, pues sobra entender que el planeta continuará existiendo con o sin nosotros durante millones de años. Las consecuencias del cambio climático amenazan nuestra existencia misma y de todo lo que conocemos.
Las consecuencias de este fenómeno que hemos provocado incrementarán o se mantendrán un tanto a raya, dependiendo de las acciones que obliguemos a los gobiernos (y a nosotros mismos) a adoptar. Lo que ya podemos dar por sentado es que deberemos afrontar esta problemática juntos, así como la resignación al cambio de nuestro entorno y a nuestro estilo de vida. Debido a esto podría esperarse que la literatura comience a virar hacia temáticas completamente universales que hablen sobre las afectaciones de las poblaciones producto del cambio climático.
De esta forma la representación estética del horror que se ha mantenido en la tradición literaria podría virar hacia una nueva concepción —lamentablemente más realista— sobre un fenómeno que solo es percibido por sus consecuencias, no solo en el ambiente, sino también en el comportamiento humano.
Durante la civilización la escritura ha actuado como paliativo de nuestros horrores, haciéndonos mirar indirectamente los problemas para evitar mirarnos al espejo y caer en cuenta de que somos los héroes de los problemas que nosotros mismos provocamos, que nuestra interpretación de los miedos a través de la historia no es otra cosa más que el temor a lo conocido, a nosotros mismos y de lo que podemos cometer como especie.
Hemos imaginado villanos y temores durante todo este tiempo pero hemos decidido ignorar el problema real a la espera de que nos devore, acaso por la incapacidad de darle una representación estética concreta. A pesar de ello, los cambios a los que deba ajustarse la literatura quizá nos ayuden a confrontarnos y a encontrar soluciones a través de la creación de conciencias colectivas que nos permitan actuar y optar por un futuro; no uno mejor, sino simplemente un futuro.
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