¿Cuántos viajes sin hacer? ¿Cuántos riesgos sin tomar? ¿Cuántos besos, caricias y afectos sin dar ni recibir? ¿Cuántos sacrificios hace una mujer por sus hijos? ¿Serán cinco, diez, o los suficientes para representarlos con un signo de infinito? No quiero hablar de las madres, sino de las mujeres que han tenido hijos y dedican gran parte de su tiempo a protegerlos y educarlos.
Hoy no quiero nombrarlas como «madres»: quiero llamarlas, simplemente, mujeres. No porque subestime su maternidad sino porque esta muchas veces se convierte en una palabra que pesa muchísimo ya que representa renuncias, sufrimientos, esfuerzos titánicos y un alta demanda de moralidad y conducta intachable de parte de una sociedad nada equitativa.
No descalifico a las madres ni a su labor, pero precisamente porque asumir el rol de madre es de seres valientes me parece sumamente injusto el daño que les causamos como sociedad: les exigimos demasiado, las criticamos cuando cometen la más mínima equivocación. Las colocamos en un pedestal inmaculado para después apedrearlas (literal o simbólicamente) cuando deciden sentirse felices consigo mismas o ponerse, aunque sea por unas milésimas de segundo, en primer lugar antes que el resto.
Sé que muchos podrían contradecirme argumentando que vivimos en la era posmoderna y que las madres ahora ya pueden ser parte del ámbito laboral, hacer viajes de placer y comprarse la ropa y cosméticos que deseen. No obstante, aún en esta época hay mujeres que renuncian a sí mismas en nombre del bienestar de otro ser, y dudo que esto sea justo y necesario.
Olvidamos que una mujer que está criando hijos es también un ser humano imperfecto, lleno de ansiedades, deseos, miedos e inquietudes. Pensamos que la maternidad debería santificarnos y perfeccionarnos, pero no es así. Esa imagen estúpida del «ángel del hogar» es en realidad una idea errónea que en lugar de representar algo positivo carcome a tal punto que se sacrifica más de lo necesario, y por eso, al llegar a una edad más avanzada, los mismos ojos que alguna vez contemplaron un bebé con ternura solo mirarán al vacío en medio de añoranzas, recuerdos y nostalgia.
Admiro a la mayoría de madres que he conocido en la vida, tanto a la que me tuvo en su vientre nueve meses como a varias de mis parientes, amigas, colegas y conocidas. Y justamente porque me importan, porque son mujeres que, aunque no hubiesen tenido hijos, serían igualmente extraordinarias. Precisamente por eso hoy denuncio toda exigencia injusta que les impone la sociedad en que vivimos.
No es justo que hayan madres que renuncien a otros roles y proyectos personales en nombre de la felicidad de sus hijos. Esto es una justicia incomprensible para mí, acaso diseñada a punta de machismo, dogma y estupidez. Si en verdad queremos convertirnos en una mejor sociedad, empecemos por reivindicar el rol de las madres, y de paso, entender que la maternidad es una opción mas no una obligación.
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¿Quién es María Alejandra Guzmán?
Excelente columna, como humanas somos más que solo madres con todo y lo hermoso que puede esto traer al ser una elección. Saludos.
Hola Jimena. Muchas gracias por tus comentarios, saludos a ti también.