El fenómeno de continuar obras de otros autores no es extraño en la literatura del Siglo de Oro español: la Diana de Jorge de Montemayor fue continuada por Gil Polo, y el Lazarillo de Tormes tiene dos partes, una anónima, y otra por Juan de Luna. Las sergas de Esplandián, por Garci Rodríguez de Montalvo, es la quinta parte de las aventuras del Amadís; Montalvo es el responsable de la refundición de la saga. El Guzmán de Alfarache fue continuada por Juan Felipe Mey bajo el seudónimo de Mateo Luxán de Sayavedra.
El licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, según el propio Cervantes en el prólogo de la segunda parte del Quijote, también encubrió su nombre y fingió su patria. De todas las segundas partes, la de Avellaneda es la que ha despertado más interés; la opinión de algunos críticos, como el cervantista Enrique Suárez Figaredo, es que don Miguel fue el responsable de ello.
La identidad de Avellaneda ha sido objeto de innumerables debates en los círculos cervantinos. El mismo Avellaneda declara en su prólogo que Cervantes ha zaherido su imagen con sinónimos voluntarios, (los estudiosos, sin embargo, no han podido dilucidar el pasaje específico del Quijote) y se ha mofado de “quien celebran las naciones más estranjeras [sic] y la nuestra debe tanto, por haber entretenido honestísima y fecundamente tantos años los teatros de España con estupendas e innumerables comedias […]”, alusión a Lope de Vega. Cervantes, por su parte, declara: “No tengo yo de perseguir a ningún sacerdote […] y si él lo dijo por quien parece que lo dijo, engañóse de todo en todo, que del tal adoro el ingenio, admiro las obras y la ocupación continua y virtuosa.” Como señala Martin de Riquer, en esas últimas seis palabras hay una clara doble intención, pues era pública la vida desordenada que Lope llevaba a pesar de los hábitos.
Con respecto a Avellaneda, desde hace muchos años se discute quién pudo haberse escondido tras este seudónimo. Los nominados, desde tiempos del Romanticismo, fueron innumerables: desde Lope, Quevedo, Gerónimo de Pasamonte, Pedro Liñán hasta Cristóbal Suárez de Figueroa, entre otros.
Lo cierto es que gracias al Quijote de Avellaneda, Cervantes terminó la segunda parte de su obra. Hay pasajes intrigantes, ya que pareciera que los textos son paralelos y se conocen entre sí, y si bien es cierto que Cervantes cambió episodios, como el viaje a las justas de Zaragoza, e insertó otros, como el retablo de Maese Pedro, hay momentos en que la similitud de pasajes es difícil de interpretar. El personaje de don Álvaro Tarfe, por ejemplo, fue incluido por Cervantes para desmentir a Avellaneda.
El mérito del Quijote en estos pasajes es introducir un adelanto técnico: los personajes discuten sobre la primera parte y la obra de Avellaneda, sin que esto parezca forzado ni artificial.
Hay características que Avellaneda no supo continuar. Dos son fundamentales: el sutil manejo del personaje de Dulcinea del Toboso y la personalidad de Sancho Panza. En Cervantes, la idealización de Dulcinea es manejada con destreza y en la segunda parte ella es pieza fundamental de la historia. En Avellaneda, Dulcinea es dejada atrás; su don Quijote se hace llamar el Caballero desamorado y renuncia al amor. En Cervantes, Sancho se quijotiza y la sarta de refranes es menor pero es mejor en la segunda parte; Sancho incluso llega a discutir el episodio del rucio y el destino del dinero encontrado; el momento en que es el gobernador de la ínsula Barataria, no tiene comparación en la narrativa del Siglo de Oro. En Avellaneda es un remedo del tipo cervantino, es vulgar y carece de la ironía y el fino tanteo con su amo.
Cervantes se vengó de varias formas. La primera, publicó la segunda parte, que lejos de ser un ataque continuo con sinónimos voluntarios hacia Avellaneda y su Quijote, es una obra maestra, llena de matices y profundidad novelística. Si creemos en la teoría de Gerónimo de Pasamonte como autor del libro, Cervantes lo retrató como un galeote y convicto, en la forma de Maese Pedro y su mono, y basta leer el episodios de los galeotes para entender la ofensa y la burla de Cervantes hacia el soldado. Ambos fueron soldados, ambos fueron cautivos y ambos nunca disfrutaron de holgura económica. Si seguimos la cada vez más fuerte teoría de Suárez como el autor de este Quijote, hay que decir que en el episodio de Barcelona, Cervantes se burla del escritor vallisoletano, quien aspiraba a ser parte de la corte del conde de Lemus, amigo de Cervantes y su benefactor. Don Miguel, incluso, menciona en el episodio de la imprenta en Barcelona, la traducción de Il pastor fido que hiciera Cristóbal Suárez; este, se refiere despectivamente a Cervantes en varias obras, a saber: El pasajero, España defendida, Varias noticias y Plaza universal.
La última y más grande vengaza: si Miguel de Cervantes Saavedra, nacido en Alcalá de Henares en 1547 y fallecido en Madrid en 1616, supo quién se escondía tras el seudónimo de Alonso Fernández de Avellaneda, se cuidó bien de no revelarlo y sumir a su rival en el más triste de los tormentos: el anonimato total.
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Buen resumen. No se puede decir más en tan poco espacio. Hay un pasaje que resulta confuso: “De todas las segundas partes, la de Avellaneda es la que ha despertado más interés; la opinión de algunos críticos… es que don Miguel fue el responsable de ello”. Responsable ¿de qué?