Es el año 2019 y estamos en el interior de algún país con nombre de taller mecánico en el centro del centro de América. Hay elecciones presidenciales, los lugareños creen que eso es importante. Eso les han dicho siempre: que elegir presidente es importante. Que los colores partidarios son importantes. Que algo se va a modificar en sus vidas si escogen a Equis o que algo se va a joder en sus vidas si escogen a Zeta.
Digamos que fuera cierto. Digamos que al mundo le afecta en algo la elección de un cargo en un país con nombre de taller mecánico al centro del centro de América.
Y ya puestos en el ejercicio de la imaginación, olvidemos por un momento que estamos casi terminando la segunda década del siglo XXI. Digamos que estamos en… No sé, ¿1958? Elijo esa fecha al azar. Digamos que estamos a mediados del siglo XX para no comprometernos. Estamos en una elección presidencial, en un país con nombre de taller mecánico, a mediados del siglo XX.
A mediados del siglo XX el mundo es otro, pero hay cosas que nunca cambian. En este contexto electorero en el que nos hemos sumergido, a mediados del siglo XX hay cosas que importan muchísimo más que hoy. Por ejemplo, la religión de un candidato a la presidencia. ¿Cree en Dios? ¿En cuál dios? ¿Con cuánta intensidad? Más importante todavía: ¿Lo escogería Dios a ese candidato? Porque a mediados del siglo XX es importante que sepamos por quién votaría Dios.
Necesitamos dilucidar, entre otras cosas, qué piensan los candidatos sobre los valores que sostienen nuestra sociedad, como el machismo recalcitrante o la violencia de género (que en esta época tiene nombre), si va a misa los domingos, si cierra los ojos cuando reza o si su vestimenta y porte son agradables a los ojos de Dios y van acordes al importante cargo que desea ostentar.
Nuestra cultura todavía está en pañales (a medios del siglo XX) y todavía no aprendemos a diferenciar la democracia de la teocracia, ni nos entra en la cabeza cómo es eso del Estado laico, o la necesidad apremiante de tomar decisiones políticas basadas en algo más concreto que la superstición y la fe.
Estoy pensando que alguien, en esta nuestra fantasía, va a imaginarse al futuro y soñará con que las cosas sean totalmente distintas: que la religión no importe tanto, que la fe de unos no sea la base que sostenga a un país entero, que no importe tanto si los candidatos rezan o no; pero algunas cosas nunca cambian, sobre todo en un país con nombre de taller mecánico, en el centro del centro de América.
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