“La autoperfección es simple masturbación”.
El club de la pelea
Si usted posee un teléfono móvil inteligente o smartphone, y ha modificado en sus fotografías las facciones de su rostro con aplicaciones que “mejoran” el color y textura de su piel, el color de sus ojos o cabello, y que afinan su estructura ósea, le doy la bienvenida al bacanal de la imagen. En esta orgía babélica de atragantamiento frívolo hay promesas que aliviarán con placebos virtuales su angustia perpetua por alinearse al modelo de belleza complaciente. Si usted se fabrica a sí mismo para quienes escrudiñen su apariencia física a través de fotografías alteradas, usted saldrá a flote en el campo de batalla de la adoración al dios incorpóreo del ego. La promesa es legítima. Usted puede broncearse, maquillarse profesionalmente, perder peso e incluso anular su hispanidad o pertenencia racial invirtiendo pocos minutos en su teléfono o computadora, desechando lo que le incomoda de sí mismo. La garantía de la aceptación y la belleza están a la orden de una conexión a internet.
Probablemente su intención no es mala, pues usted solo quiere verse bien, que gusten de su imagen, recibir elogios (sobre atributos falsos, pero elogios en fin) y brindarlos a sus demás cofrades. Pero las intenciones inocentes son macabras para quienes alegan ingenuidad, dado que detrás del lanzamiento de la nueva aplicación mejorada, más rápida y con mayor gama de opciones de retoque digital, hay consorcios superiores de mercado como el de la moda, la cirugía plástica, la belleza cosmética, los programas de realidad o reality show (tipo Keeping Up with the Kardashians) que ofrecen opciones para que hasta el ser más alejado del estatus social de los individuos modelo pueda acercarse, aunque sea digitalmente, a ese canon codiciado y desenfrenadamente atractivo de belleza. Usted, como digno integrante de la congregación de la bacanal de la imagen, tiene la autoridad de aprobar y desaprobar a los fieles inferiores, así como los superiores lo hacen con usted al someterlo a escrutinio: usted decide quién es bello y quién no lo es, dependiendo de su destreza de pulgares.
Pero no se angustie, querido bacante. Usted goza de libre albedrío y eso le permite explotar la imagen de sí mismo de la manera que mejor le acomode. No se preocupe por engrosar las filas de los militantes de la belleza como un producto desechable. Evite mostrarse sin retoque y no se afane por cultivarse de adentro hacia afuera para que su calidad humana diga quién es usted: ocúpese de lo que usted representa. Siga retocando su retrato, persista en el engaño y dígale al mundo que se siente cómodo con su autorechazo. No se sienta mal. Seguramente pronto lanzarán la App capaz de anular también las emociones incómodas que el descrédito de sí lo impelen a falsear su retrato.
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