El arribo (I)


Francisco Alejandro Méndez_ Perfil Casi literalRecién abandono las instalaciones del aeropuerto de Orly, en París. He tomado un par de autobuses en los que he encontrado pasajeros como yo, es decir, con maletas, mochilas y chaquetas. Algunos relajados, otros más angustiados que yo. Soy una persona que transpira más de lo normal, así que cuando alguien me observa puede pensar que estoy asustado o padeciendo de algo, pues rápido mojo la ropa y las gotas caen de mi cabeza como un caño averiado. Ya voy en el segundo bus. Confirmo varias veces en el arrugado mapa el nombre de la parada donde debo bajar y cuando ya la tengo de frente casi vuelo a la puerta de salida.

Otra vez la mirada de los pasajeros hacia mí. La primera, creo, fue por el sudor. Es como de desaprobación. No les explico, pero lo que pasa en mi país es que cuando tocás el timbre de la unidad de transporte colectivo tenés que correr a la puerta porque el conductor medio se detiene y arranca la marcha. Es temerario y muchas veces la hacés de paracaidista. Por eso es que ahora en París me desespera la calma con la que las personas van saliendo del colectivo. Estoy entendiendo las diferencias. Sin embargo, una hora después notaré que, a veces, no son tantas.

Y es que cuando salgo del Metro, una mujer amable que observa lo difícil que es para mí atravesar la taquilla con una hélice se acerca y me dice que me va a ayudar, mientras toma una de mis maletas. Le agradezco. Un acompañante me pide mi mochila pero le digo que no. A los dos segundos, un tipo muy bien arreglado me pregunta si son mis amigos. Le contesto que no. Me explica que son ladrones y salimos corriendo tras ellos. Afortunadamente les dimos alcance. Me devolvieron mi maleta y yo le agradecí al monsieur por su atinada intervención.

Salí justo en la 18 Rue de l’Hotel de Ville 75004, París. Ante mis ojos estaba la Cite International de Art, donde me hospedaría los próximos meses y la cual sería mi sede para realizar un estudio de los manuscritos de Miguel Ángel Asturias.

Subí en el elevador al cuarto piso, en donde me esperaba mi habitación. En realidad es el quinto, o sexto, debido a los niveles que no llevan numeración. Efectivamente se trataba de un cuarto para un artista: en la entrada a mano derecha había una bodega, del lazo izquierdo un clóset, más adelante el baño, luego la sala-comedor con una mesa, al fondo a la derecha una cama y finalmente una cocina con su estufa y una pequeña refrigeradora.

Lean ahora lo que ocurrió después.

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