Últimamente me ha interesado explorar libros de escritores de origen centroamericano que escriben en inglés. En algunos casos, al menos uno de los padres es del Istmo, en otros, el escritor mismo nació en América Central, pero emigró y su formación ha sido una mezcla de lo anglosajón y lo latinoamericano. En todos los casos la lengua de expresión es el inglés, pero la lengua implícita en sus historias es el español.
Empiezo por Javier Zamora, nacido en El Salvador en 1990. Su padre emigró a Estados Unidos en 1991 y su madre en 1995. Zamora hizo la ruta de los inmigrantes a los 9 años, una experiencia recogida en su libro de memorias Solito, de 2022. Como bien lo dice el título, la narrativa gira en torno al niño Javier, quien es puesto en manos de coyotes para que haga el recorrido entre El Salvador y Estados Unidos sin ningún familiar. Este evento traumático es el eje de un proceso marcado por las guerras internas en El Salvador, por los miembros de los grupos que transportan inmigrantes —se ven los peones, pero nunca los que controlan el tráfico de migrantes— y por las rutas —siempre riesgosas e inhóspitas— en México y en la zona fronteriza con Estados Unidos.
Zamora asume la voz del Javier niño para contar su historia. Esta estrategia narrativa le permite ganar la empatía de los lectores y, a la vez, crear una especie de lente opaco que hace la tragedia de ese viaje más digestible. Solito es, en muchos aspectos, un libro de aventuras, pero entre un hecho sorprendente y otro se esconden el peligro y el horror. Tanto los seres humanos como el paisaje juegan múltiples roles. Los primeros representan solidaridad, abuso, compasión u oportunismo.
El paisaje no es solamente la evidencia de que se avanza, sino también un reto para los viajeros. Desde las aguas de la costa Pacífica mexicana hasta las tierras áridas de Arizona, el paisaje recibe y expulsa a los seres humanos. El destino final se desdibuja en una suerte de quimera. Atrás quedan el campo, la selva o las poblaciones de paso. Adelante está la gran ciudad americana y en ella las redes de solidaridad que ayudarán al migrante a perderse en la inmensidad del país.
Las historias de migrantes siguen una estructura muy similar. Solito no es la excepción: el país de origen y sus miserias, las rutas migratorias y sus personajes, las dificultades —incluyendo los varios intentos para no ser apresados por la migra estadounidense— que se han de sobrellevar. Un aspecto, sin embargo, que me llama la atención es cómo se articulan alianzas a lo largo del viaje. En Solito, una nueva familia surge para el pequeño Javier. Algunos adultos se hacen cargo de él en las primeras jornadas. Más tarde, ya en la frontera con Estados Unidos, los coyotes les dan a Javier, y a otros, documentos falsos. En esos documentos el niño aparece como hijo y hermano de otros migrantes y, a partir de ese momento, se crean nuevos lazos afectivos. La familia se desplaza junta y, ya al final del libro, hay dolor por la separación.
La crítica española ha denominado Solito una novela autobiográfica en lugar de un libro de memorias. La diferencia es importante porque una novela es ficción mientras que un libro de memorias es una reconstrucción narrativa de un hecho verdadero. Esa sensación de verdad, de urgencia por contar algo real, es el pacto fundamental entre el narrador y el lector. Solito no lo traiciona.
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