La teología de la liberación (o la liberación que no fue)


Rodrigo Vidaurre_ perfil Casi literalLa teología de la liberación —acuñada como tal por el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez y desarrollada por sacerdotes como Leonardo Boff de Brasil y Jon Cortina de El Salvador— buscaba llevar a una nueva dimensión los antiguos compromisos sociales de la Iglesia, proponiendo una teología basada no sólo en la caridad, sino en una transformación profunda de la sociedad para erradicar las injusticias socioeconómicas.

Si bien hay mucho de cristiano en esta teología, su versión más radical nos acerca peligrosamente al materialismo económico de Marx. La misión de ayudar al pobre a aliviar su sufrimiento material va tomando matices salvíficos y escatológicos, al punto que la verdadera salvación que da su razón de ser a la Iglesia —la salvación espiritual— pasa a segundo plano. Contra el mismo Evangelio, cierta teología activista afirma que el Reino de Dios sí es de este mundo.

Muchos grandes teólogos se dieron cuenta de estos fallos y dedicaron parte de sus vidas a combatirlos. Joseph Ratzinger (más tarde Benedicto XVI) se ganó el apodo de «El rottweiler de Dios» en gran medida por su estricta postura contra los errores doctrinales del clero progresista latinoamericano. Ratzinger y otros criticaron sobre todo el utopismo de la teología de la liberación y advirtieron, correctamente, que una creencia de que la justicia perfecta puede existir en un mundo imperfecto nos llevaría bajo el camino de la violencia y el autoritarismo.

A más de medio siglo de su concepción, ¿tenía razón el Papa emérito? ¿Con qué saldo nos deja la teología que prometió liberar al mundo de los efectos temporales del pecado colectivo? Desde un punto de vista puramente económico, no podemos decir con certeza que vivimos en una sociedad necesariamente más justa que la de mediados del siglo pasado. Lo que tristemente sí podemos decir es que aquellos lugares donde triunfó el socialismo vieron nuevas formas de miseria y subyugación que nada tuvieron que envidiarle a las del capitalismo más salvaje.

Pero aún más interesante resulta analizar los logros espirituales de la teología liberacionista. Existe una famosa frase atribuida a una activista guatemalteca: «la teología de la liberación optó por los pobres, y los pobres optaron por el pentecostalismo». En las últimas décadas, millones de latinoamericanos (predominantemente de estratos sociales bajos) han dejado el catolicismo para unirse a las filas del cristianismo protestante. A su vez, muchos de los que se quedaron dentro de la Iglesia romana han migrado a sus ramas más carismáticas. Al ser interrogados sobre sus razones, muchos afirman haber encontrado una relación más personal con Jesús y una comunidad que realmente se interesa por ellos.

Queda para la Iglesia católica —en especial los sectores más ocupados por la realidad material de los pobres— aprender de estos éxitos; escuchar finalmente la voz de aquellos a quienes decían representar. Quizá nunca necesitaron de una Iglesia activista —mucho menos de una guerrillera—, sino de una comunidad basada firmemente en el amor y con la mirada puesta no sólo en las cosas de este mundo, sino más allá de ellas.

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