Más allá de que el ser humano está determinado por su circunstancia, también es cierto que es él quien crea dicha circunstancia por lo que posicionarse ante la realidad es fundamental. En este sentido, el reciente paro del pasado 20 de septiembre —convocado por autoridades de la USAC y la AEU— se inscribe como una jornada histórica donde el clamor popular se hizo escuchar tanto en la ciudad como en el interior del país.
Inmersos en un sistema político y económico de despojo, saqueo y exclusión, Guatemala no llega siquiera a ser una democracia burguesa sino un modelo explotador y reaccionario, por lo que todo pronunciamiento que abogue por trasformaciones en beneficio de las mayorías es rápidamente descalificado. Oligarquía monopolista, politiquería corrupta y cúpulas militares han utilizado, históricamente, el reaccionarismo para conservar el estatus quo.
Elocuente resulta que aquellos sectores que se oponen a la lucha contra la corrupción y/o llaman a la mesura, sean quienes de alguna forma están ligados a ella. No es casualidad que Jimmy Morales declare non grato al comisionado que impulsó investigaciones contra su hermano y su hijo; tampoco que los congresistas aprobaran una ley que vulnerara a la población y beneficiara a los políticos corruptos, o que el CACIF, a través de un comunicado, descargara contra los pueblos en resistencia que defienden la vida y se oponen a la contaminación, al hurto de los ríos y al acaparamiento de tierras agrícolas que solo beneficia a los mega-proyectos y daña a las comunidades indígenas. Y es que parte de esa cúpula empresarial sabe que las investigaciones contra la corrupción tarde o temprano los voltearán a ver. ¿Y qué decir de las cúpulas militares que han sido evidenciadas directamente en casos de corrupción descarada? No: no hablamos de meras coincidencias: el que tenga oídos, que oiga.
Es por ello que estos sectores tienen que acudir a la calumnia y difamación contra las pruebas y los argumentos. Incapaces de abrirse al diálogo y al debate de manera horizontal, utilizan los medios masivos de (in)comunicación para tergiversar los hechos y difamar. Se valen de la televisión nacional —monopolio llamado Albavisión y cuyo dueño, o mejor dicho, su esposa, está prófuga de la justicia—, de las radios y algunos diarios alineados al poder, e incluso, hasta de los videos que circulan en redes sociales provenientes de páginas reaccionarias. Los grandes medios, bajo la máscara del «periodismo», ejecutan la propaganda al servicio del poder. Por eso, habría que cuestionarnos qué noticias nos presentan estos medios y si en realidad estas responden a su proyecto de «conquistar conciencias» y «construir un sentido común». Deberíamos saber discernir entre quienes ejercen el periodismo de manera comprometida y como un trabajo enriquecedor de ideas, y los que nada más fungen como propagandistas a orden del mejor postor.
Claro, paralelo a la denuncia contra quienes defienden un sistema de muerte debemos trabajar desde las organizaciones sociales —es imperante tanto la radicalización de la protesta como la direccionalidad de esta—. Apostemos por la comunicación y liderazgos, pero no desde el culto a la persona o el verticalismo sino desde un colectivismo coherente y horizontal para que de ahí surjan voces que construyan un debate y un contenido político sustancial.
Deberíamos ser autocríticos respecto a las manías que se cometen en los movimientos sociales y que solo alimentan a las políticas segregacionistas. A pesar de lo que representa el poder mediático de los medios de desinformación y el constante lavado de cerebros que eyectan —sobre todo a la clase media—, pienso que aún hay formas honestas de hacer llegar y posicionar nuestras propuestas. Aunque ya existen esfuerzos y logros en esta materia, unificar esos alcances es necesario para fortalecernos. Aprovechemos la coyuntura de un país constantemente en crisis para dar pasos con autoridad y con voz clara, y que la crispante cacofonía que producen las vuvuzelas no sea un obstáculo.
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