Sobre convivios y la resistencia a los finales


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalSalvo en contadas experiencias ―como en el acto sexual, por ejemplo―, todos los finales representan cierto desencanto. Solemos disfrutar mucho la previa y el transcurrir de un acontecimiento, pero cuando se acerca el fin, puede que la nostalgia nos abrace y muchas veces huyamos de él. El final de una gran canción o de la estadía en un lugar que nos agrada, el fin de una fiesta, de una reunión amena, de una relación amorosa, de un encuentro deportivo… Los finales parecen ser algo que no solemos aceptar del todo bien. ¿Puede que esto tenga una relación con el inexorable movimiento que nos atraviesa y que nos hace concebir que nuestra existencia también tendrá un final? Probablemente.

El calendario gregoriano, cuyo propulsor fue el papa Gregorio Xlll, vino a sustituir al calendario juliano y actualmente es utilizado de manera oficial en casi todo el mundo. Condicionados de alguna manera por esto, la búsqueda de convivencia con personas queridas y allegados cuando el año está por morir resulta para muchos casi un imperativo y los denominados «convivios» son esperados con ansias. En tiempos donde la religiosidad sigue latente, pero no de manera convencional sino reformulándose (véase el dogmatismo y el fervor con el que hoy defienden sus doctrinas y supuestas certezas, no solo creyentes sino también ateos y librepensadores), la Navidad como celebración cristiana ha cedido bastante lugar como voceros oficiales de la cultura al mero estímulo consumista del libre mercado y los oligopolios de comunicación ―¡y es que ya escucho refunfuñar a muchos!―; y claro, son los mismos que se preguntan por qué problematizar y politizar estas fechas si mejor pueden concebirse como un tiempo de convivencia y fraternidad. ¿Ya van a salir con eso de que Cristo promulgó un tipo de comunismo en aquel entonces?

Poco importan los orígenes históricos de la Navidad, lo que realmente importa son otras cosas más banales como una lista de regalos, por ejemplo. ¿Que el niño Jesús nació en un establo? Es algo incomodo comentar que «el Rey de reyes» haya nacido en esas condiciones, sobre todo con tanta aspiración pequeñoburguesa proliferando por doquier. Qué cansado hablar sobre cómo está el mundo cuando estamos en épocas de amor y paz, ¿no? Mejor volvamos a los convivios.

El término convivio viene del latín convivium y significa «banquete». Banquetes, eso esperamos con ansias para estas fechas: mucha comida y trago porque algo se está yendo, porque dejamos cosas atrás y reconocemos que cada momento humano no se repite y eso conlleva un infinito valor.

El final del año trae nostalgia para muchos, por el hecho de concebir que todo es efímero; y aunque el tiempo es algo que los humanos conceptualizamos y categorizamos, está claro que hay un movimiento que nos atraviesa y es el espejo quien muchas veces así nos lo confirma. En paralelo, el calendario gregoriano ya anuncia la venida de otro año y con él la creencia de que se avecinan muchas y mejores oportunidades y por esa razón el optimismo debe ser promulgado, no solo en los templos de la fe, sino en los del consumo banal. La esperanza por lo que pueda deparar el nuevo año nos abraza, como si se tratase de una nueva vida la que viniera después del año viejo. Religiosidad pura.

Entonces celebremos y cantemos villancicos. Qué lindo ver a la tía Ana y escucharla hablar. Comer y beber, abrigarnos bien. No se te vaya a salir, en plena reunión, un comentario «comunistoide» sobre los niños de la calle en medio de estas fechas, mucho menos mencionar nada de política. «Dejá de joder con eso, al menos en los convivios y las fiestas»; «dejá de joder, solo quejarte sos». Que frío que hace; menos mal que estamos en la cálida casa del tío Edgar y no en un jodido establo, porque en los jodidos establos están los distintos, mas no el prójimo. Y es que la idea de prójimo ha sido tergiversada y solo se aplica para aquel semejante a mí.

Es fácil anular la conciencia de que nada dura para siempre y que trabajar por cambios profundos es necesario para que esta efímera existencia sea digna para todos, aún más cuando el optimismo cuasi religioso ―entre banquetes y esperanzas de un nuevo año― se promulga por todos lados justificando esa pasividad ante la realidad que tanto daño nos continúa haciendo.

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