El eterno retorno: secuelas, precuelas y remakes


Rodrigo Vidaurre_ perfil Casi literalCuando vemos las carteleras de 2024 encontramos títulos como Venom: The Last Dance, Smile 2, Terrifier 3, Beetlejuice Beetlejuice, Joker: Folie á Deux, Deadpool & Wolverine y Gladiador II. Lo que todas ellas tienen en común es que son secuelas: títulos que construyen sobre propiedades intelectuales ya existentes. En la pantalla chica se pueden encontrar ejemplos similares como X-Men ‘97, The Acolyte, The Penguin, The Lord of the Rings: The Rings of Power y House of the Dragon.

Si bien las secuelas no son un concepto nuevo (la primera es considerada Fall of a Nation, de 1916), claramente se puede observar una tendencia incremental. En la década de 1990, apenas el 24% de las 50 películas más taquilleras según IMDB eran secuelas o parte de una franquicia establecida. Para la década de 2000 el porcentaje ascendía a 54% y en la década pasada ya rondaba el 90%.

Otro dato curioso es que de las relativamente pocas secuelas de la década de 1990, la mayoría fueron de películas que salieron dentro de esa misma década, como Toy Story o Jurassic Park. En otras palabras, la continuidad apuntaba a un desarrollo directo de la trama y los personajes, usualmente con los mismos actores, directores y guionistas. La notable excepción fueron las precuelas de Star Wars, que aparecieron dieciséis años después que sus predecesoras con una trama que poco tenía que ver con la de Luke Skywalker.

No sería descabellado apuntar al éxito comercial de dichas precuelas como el inicio de una nueva tendencia; una en la que la continuidad de un universo cinematográfico no sigue necesariamente las demandas orgánicas de la historia, sino que busca monetizar la nostalgia y la reconocibilidad. Esto podría explicar por qué Top Gun: Maverick aparece treinta y seis años después que Top Gun, o Beetlejuice Beetlejuice lo hace casi cuarenta años después que la original.

Si bien Tim Burton y Tom Cruise regresan para dar algo de la esencia original a sus respectivos proyectos, casos como el de Gladiador II (estrenada 24 años después de Gladiador) estelarizan a un elenco completamente diferente y cuya única conexión con la original pareciera ser la presencia de referencias casuales al antiguo protagonista. Esta referencialidad está a la orden del día. Muchas secuelas buscan desesperadamente introducir —incluso forzar— conexiones con personajes u objetos de películas anteriores. Es válido preguntarse si esto contribuye en algo a la historia o es solamente un anzuelo para capturar nuestra aparente fascinación por lo viejo conocido.

Nos encontramos ante una paradoja. Si Hollywood nos ahoga en secuelas es porque nosotros, con nuestra billetera, se lo hemos pedido. Nuestros hábitos de consumo dicen que queremos más de lo mismo, pero las pésimas calificaciones recibidas por películas como Jurassic World: Dominio nos recuerdan lo decepcionante que resulta este reciclaje corporativo de propiedades intelectuales. La clave está en recordar que antes de ser una amada franquicia millonaria, Jurassic Park fue una apuesta novedosa sin conexiones reconocibles. Hoy más que nunca la industria del cine necesita volver a confiar en esas ideas originales que podrían convertirse en los clásicos de mañana.

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