«Un soldado en cada hijo»


Rodrigo Vidaurre_ perfil Casi literalLa naturalización, al menos en México, es un largo camino de contrastes. Por un lado, una burocracia sin rostro ni emociones nos pide llenar formularios que afirmen sin ambigüedad nuestra identidad jurídica. Por otro lado, esos mismos formularios nos agarran desprevenidos con preguntas como «¿Por qué desea ser mexicano?».

Los abogados y gestores migratorios recomiendan no revelarse como un frío utilitarista. Respuestas como «Porque el pasaporte mexicano es mejor que el mío» son mal vistas por el aparato estatal que prefiere escuchar que hemos encontrado un nuevo hogar para nuestros anhelos cívicos.

Esas preguntas, así como el temido examen de historia y cultura, parecen estar diseñadas para sembrar hasta en los corazones más cínicos una identidad que le sea leal a un conjunto de creencias y valores sobre lo que significa ser mexicano. En otras palabras, la formación de un nuevo individuo que pueda cantar con orgullo y sin ironía aquellas letras del himno nacional:

Mas
si
osare
un
extraño
enemigo

profanar
con
su
planta tu
suelo,

piensa
¡oh
Patria
querida!
que
el
cielo

un
soldado
en
cada
hijo
te
dio…

En teoría, adoptar esa identidad no debería ser complicado para alguien como yo. Comparto con tantos otros mexicanos no sólo el antepasado español común a toda Hispanoamérica, sino también la raíz nahua que volvía primos lejanos a pipiles y mexicas. Resulta curioso pensar que si hubiera nacido en la misma latitud pero un par de siglos atrás, habría sido tan súbdito de la Corona española como quien nació en el corazón de Texcoco, ahí donde el águila devora a la serpiente.

¿Por qué entonces resulta complicado para un latinoamericano entenderse como mexicano? Porque hoy en día decirse mexicano es algo muy diferente del vergonzoso anacronismo de decirse novohispano. En definitiva, la construcción del Estado mexicano moderno trajo consigo el rechazo nominal a todo lo que era español (y por ende, común a Iberoamérica). Asimismo, el catolicismo, eterno enemigo de los modernizadores del siglo XIX, fue relegado exclusivamente en su aspecto guadalupano a un pie del pie de página.

En su lugar se estableció una identidad quimérica; una fachada de indigenismo mexica (a exclusión, hay que decirlo, de todas las demás identidades precolombinas que eran indiferentes, o bien, hostiles hacia los aztecas), combinada con una concepción ciudadana profundamente liberal y humanista, pero que irónicamente reniega de su propia herencia europea.

Hay entonces un sentido inescapable de que ser mexicano hoy en día es más (o menos) que hablar castellano, ser cristiano, comer buñuelos, jugar fútbol en la calle o escuchar boleros como cualquier otro latinoamericano. Existe una densidad sofocante de significantes histórico-ideológicos que son ajenos para quienes nacimos al sur de Tapachula: un aeropuerto llamado Benito Juárez, una moneda que muestra al dios sol Tonatiuh, un estadio llamado Azteca, un año dedicado a Pancho Villa, un satélite llamado Morelos y mil y una calles llamadas 5 de febrero, en honor a nuestra Carta Magna jacobina.

Todo esto nos lleva a la pregunta: ¿cuál es ese extraño enemigo que el himno nos llama a combatir? ¿Es el estadounidense (1842) o el francés (1862) que osó profanar con su planta el suelo nacional? ¿O el emperador austríaco invitado a gobernar el país sólo para ser fusilado tres años después (1867)? O bien, ¿el español (1519-1829) que la historia oficial nos vende, no como progenitor, sino como villano? ¿O el conservador o el liberal que se mataron mutuamente en Calpulalpan (1860)? ¿O son los ciudadanos católicos (1926) que le dijeron basta a los abusos del gobierno federal? ¿O quizás los mayas (1847) y yaquis (1870) que no se sintieron parte del falso indigenismo promulgado por mestizos desde la metrópolis?

En un país que ha tenido muchos más conflictos civiles que foráneos, y cuyos gobernantes han querido moldear la identidad nacional como si fuera arcilla, las respuestas son tan variadas como problemáticas.

Ver todas las publicaciones de Rodrigo Vidaurre en (Casi) literal

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

5 / 5. 3


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior