Para bien o para mal, en Centroamérica septiembre significa patria. Nuestros espacios públicos se llenan de banderas, los comercios adoptan motivos patriotas y los políticos fingen sentimentalismos protocolarios. La escuela, en su calidad de motor cívico, inculca en sus alumnos un sentido de reverencia hacia la nación y sus símbolos, pero fuera de ella hay una sospecha de que nadie se toma en serio estas creencias.
Cuando la nación sí se llega a tomar en serio suele ser bajo discursos críticos que buscan deconstruir el ideal patrio con motivaciones políticas. En El Salvador uno de los principales pioneros de este movimiento fue Roque Dalton con su obra satírica Las historias prohibidas del pulgarcito. En ella, Roque insulta no solo al país, sino también a figuras enaltecidas por la historia oficial como José Matías Delgado y Manuel José Arce.
Si bien esta crítica tan incisiva tuvo un rol necesario en desmitificar el proyecto nacional de los militares, solo hay que leer libros más actuales para darnos cuenta de lo predominante que se ha vuelto. Libros como Nada más que la verdad de Sebastián Aguilar e incluso la Historia mínima publicada en 2011 por la misma Secretaría de Cultura de El Salvador ofrecen una visión mucho más escéptica —sino es que hostil— hacia el movimiento independentista que estableció el republicanismo en Centroamérica. Cada vez más, la narrativa estándar es que nuestro país es una ficción burguesa inventada por criollos para apropiarse de la explotación, al punto que el mismo presidente Nayib Bukele la repite en Twitter.
Hay algo de cierto en esta explicación. Pero parte de ser escépticos es cuestionar también al escepticismo. Pienso que, como en todo, se trata de matices; de ubicar a los padres de la patria en su lugar y tiempo, y evitar juzgarlos bajo estándares e ideologías modernas. Se trata de admitir que no fueron perfectos, como tampoco lo fueron Anastasio Aquino, Farabundo Martí ni ninguno de los héroes populares que la historia alternativa quiere elevar a su panteón; se trata de leer la historia oficial de la misma manera que leeríamos cualquier historia: sabiendo que las cosas nunca son blanco y negro.
Como en cada septiembre, no faltarán los tweets y artículos de opinión que se enfoquen únicamente en lo negativo. Por mi parte, considero que los próceres centroamericanos deben ser reconocidos como algunos de los mejores hombres de su tiempo y nuestra Independencia debe ser celebrada como una conquista de libertad y soberanía que aún sigue en proceso. Es necesario soñar, junto a José Cecilio del Valle y Francisco Morazán, con una Centroamérica de hombres y mujeres libres y prósperos y conmemorar la valentía con la que estas figuras defendieron nuestra soberanía, a veces a gran costo personal.
Que suenen las historias cínicas si deben sonar, pero que a su lado suene más fuerte la historia de cómo un grupo de liberales idealistas, sacerdotes, intelectuales y soldados radicales dedicaron su vida a la casi imposible tarea de construir una república en el centro de América, y que ella nos inspire a seguir construyendo patria mañana y siempre.
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