Alguien tiene que morir (o la muerte de la fórmula de Netflix)


Javier Stanziola_ Perfil Casi literalLa fórmula Televisa para elucubrar telenovelas rindió frutos durante décadas en el siglo pasado. Con escenarios de a dos por un dólar y actores y actrices de caras bellas en extreme close-up las telenovelas mexicanas viajaron por el mundo como reinas absolutas de los ratings. Es interesante ver cómo la fórmula Netflix de telenovelas cortas parece haber llegado al tope de su creatividad y posibilidades en menos de cinco años. O por lo menos eso parece indicar una de sus más recientes producciones: Alguien tiene que morir.

Sí, lo sé: es injusto comparar a Televisa con Netflix. Televisa es hija del oligopolio y el monopsonio. En las décadas de 1960 y 1970 era prácticamente la única opción de entretenimiento masivo barato para una Latinoamérica empobrecida que, para aliviar sus frustraciones, necesitaba escuchar de sus estrellas favoritas la justificación oficial para mantener a las mujeres en las cocinas, a los gays en el armario y a los indígenas sin acceso a los servicios públicos más básicos.

Tan poderosa era Televisa que podía atar a sus trabajadores a relaciones laborales de hambre. Aún peor, estos mismos actores y actrices hacían lo que fuera para ser vasallos del canal que creaba estrellas. Y si sufrían el veto o despido por no hacer el papel de conejitas para los patrocinadores o simplemente por pasar de moda, no les quedaba otra opción que el exilio y rebajarse a trabajar en televisoras argentinas.

De acuerdo, eran otros tiempos. En 2020, Netflix es hijo de la financierización del capitalismo. Esta nueva hacedora de estrellas se alimenta de deudas millonarias atrayendo a inversionistas motivados por la promesa de ganancias que aún están por concretarse. Con este respaldo de suerte de casino Netflix puede competir con cientos de alternativas de entretenimiento. En sus inicios parecía tener una línea de productos cuidada o, por lo menos, enfocada en guiones bien hilados, abordando temas que los medios masivos no se atrevían a tocar y con actores y actrices poseedores de una vasta caja de herramientas para llevar un texto a la pantalla.

Muy pronto Netflix comenzó a diversificar sus productos en español y encontraron un mercado fértil combinando el melodrama culebrero de Televisa con una promesa de “nos lo estamos tomando en serio”: nos estamos tomando en serio el impacto que cada imagen pueda tener en la conciencia social y la calidad de la cinematografía, vestuarios y ambientaciones. Las primeras temporadas de las series de televisión Las chicas del cable y La casa de las flores siguen esa fórmula, ofreciendo comida rápida con la promesa de bajo colesterol y azúcar. Alguien tiene que morir apostó por la misma receta, pero algún ingrediente se malogró en el camino o simplemente la fórmula ya llegó a su límite.

En la reunión donde le vendieron la idea a Netflix este bodrio tuvo que haber tenido todas las señales de un éxito. Esta historia es una alegoría a la fragilidad del clasismo y la sociedad franquista. Y si somos generosos refleja cuán fácilmente la bondad del ser humano se convierte en crueldad al ser privado de su libertad. Como ingrediente estrella, los tres episodios de Alguien tiene que morir muestran la brutal represión oficial hacia los homosexuales en esa época y, muy sutilmente, hacia las mujeres. Con un elenco de actrices consagradas como Carmen Maura y Cecilia Suárez junto con otros actores jóvenes hermosos, ¿qué podría fallar?

Quizá el error sea esa promesa de tomarse en serio lo que están filmando sin pensar en qué y cómo van a decir lo que quieren decir. Como resultado, el guion se concentra en los escándalos de familias que luchan por mantenerse en el poder y utiliza como eje motor el personaje de la mujer joven caprichosa que destruye la vida de los protagonistas porque está aburrida.

Ya para la mitad del primer episodio es claro que Alguien tiene que morir es Los ricos también lloran, pero sin un punto de vista. Tan simplona es la fórmula que somos forzados a ver decenas de imágenes hermosas que no añaden o restan a la trama. Tanto y tan poco tiene que decir el guionista que debemos navegar una multitud de giros en la historia, todos totalmente esperados, todos a destiempo. Tantas volteretas da el guion que, al final, no le queda más que manejar a la sociedad franquista literalmente a escopetazos.

Desde el principio intuimos que en Alguien tiene que morir vendrán grandes encontronazos entre la Maura y la Suárez, pero con tan pocas trenzas en el río estas dos grandes actrices no tienen de dónde agarrarse y se ahogan recurriendo a gestos y reacciones de cajón que dicen poco y aburren mucho. Tan poco le importan a la serie sus televidentes que tenemos que aguantarnos monólogos cartoneros sobre una primera experiencia homosexual que tiene el peso de un mal texto martillado por un estudiante de secundaria enamorado.

La telenovela mexicana necesitaba reinventarse porque lo que tenía que decir —que el pobre es pobre hasta que la villana muera— no refleja la ideología emergente. Si Netflix quiere redefinir este género debe decidir qué quiere decir y decirlo como si se lo creyese.

Foto de portada: Netflix]

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