Split (veintitrés escritores en uno)


Kevin es un personaje burdo que desperdició su talento. Split, la película de Shyamalan (comercializada en español como Múltiple), me decepcionó un poco. No puedo ni imaginar lo que yo hubiera hecho como ghost writer con esa capacidad de catalizar veintitrés personalidades.

¿Qué pasa cuando necesitamos escribir pero simplemente se nos hace cuesta arriba? Para mí, la respuesta es sencilla porque levanto mi manita: “Aquí estoy para ayudarte, permíteme convertirme en esa parte de tu cerebro que procesa ideas, impresiones, sensaciones y emociones para convertirlas en textos”. ¿Eso es posible? Sí. ¿Es prestarse al plagio o suplantación? No.

No sé qué implicará para otros ejercer el oficio, pero en mi caso, ser escritora fantasma sustituye el cóctel de tegretol, diazepam y zyprexa que mantiene entretenidos a mis habitantes disociados. Es divertido. Justo ahora en mi cabeza conversan por lo menos seis voces que muy aplicaditas esperan su turno para manifestarse cuando las invoco frente a la página en blanco. Por favor, nada de escándalos ni mojigaterías, claro que se antoja a promiscuidad textual, pero juro que soy disciplinada para que nadie interrumpa a ninguno y mantengo el orden. Así es, evito que se relajen demasiado como para intentar seducirse estilísticamente.

La novela épica, el libro de consultoría para familias ensambladas, el manual sobre cómo convertirte en un emprendedor exitoso, la biografía del activista político, la obra infográfica para restaurar tu matrimonio y la descripción poética de las obras arquitectónicas se encuentran disciplinadamente clasificadas en su respectivo file dentro de mi corteza cerebral.

No existe imaginario virgen para los múltiples amanuenses que me habitan. ¿Por qué? Porque la escritura es una técnica de expresión además de una herramienta apasionada, y cuando descubres los mecanismos que la activan no hay cerrojos creativos imposibles de abrir.

Me gusta visualizar a los ghost writers como democratizadores de la comunicación porque diluyen la brecha que subliminalmente divide al mundo en dos hemisferios: los que escriben y los que no. Además, es una tarea didáctica porque, en el proceso de expresarse para que otro escriba lo que tiene en mente, el autor encuentra espacio para ejercitar lo que considera una habilidad imposible de desarrollar.

Es fascinante hilvanar el hilo para poner la última puntada que sutura la herida de quien tiene clarísimas las ideas, pero se tropieza al convertirlas en textos. Así que bienvenidos sean esos veintitrés potenciales escritores que se codean violentamente en el laberíntico cerebro del fragmentado Kevin en Split.

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