«¡Arráaastrenla!»


Javier Stanziola_ Perfil Casi literal«¡Arrástrenla!», grita la diputada Zulay Rodríguez en el pleno de la Asamblea. Nunca he sabido exactamente qué es un pleno, pero se rumora que en esa plenitud los diputados pueden decir lo que quieran sin consecuencias existenciales.

La diputada hace una pausa con su característico menear de cuello y hombros, y mis neuronas dramáticas inevitablemente comienzan a calibrar un monólogo. «¡Arráaastrenlaaaa!», continúa Zulay Rodríguez, golpeando la mesa con gusto, y ya no queda duda de que ella pronto será presidenta de esta pequeña República que fundaron los vaqueros del norte.

Escucho desde mi celular destruido a los ciudadanos que están en la Asamblea presenciando el performance político del día. Escucho vitoreo. No sé qué significa vitoreo, pero suena a que los ciudadanos estamos aplaudiendo la incitación a la violencia.

«¡Nadie me va a callar!» Ahora Zulay Rodríguez repite su ultimátum por redes sociales, terminando con su firma de siempre. Y no miente: nadie la quiere callar. Y sigue cocinándose la obra de teatro que nunca montaré porque para ser dramaturgo hay que creerse dramaturgo. En la primera escena veo a una actriz del patio, Sandy Correa, con esa combinación sabrosa que habita su cuerpo de Lady Macbeth y Blanche DuBois fusionadas. La veo entrando a escena empollerada de gala («para que los folcloristas me compren boletos a la obra») y con un machete en la mano derecha.

Meneos menos, meneos más, la presidenta le habla a una masa de vitoreantes con el tono de voz de vendedora de carros japoneses de segunda: «A esa directora de Migración que tuvo el descaro de revelar El secreto en horario estelar televisivo hay que traerla. A esa que confesó que la ley le da el poder dictatorial de la discrecionalidad, tráiganla acá. Tenemos que hacerle entender que no se puede estar confesando que hemos heredado leyes, una constitución, una cultura dictatorial. Siempre ha habido generales fuertes en Panamá y ella con su candidez no va a cambiar eso. Tráiganla a palacio y que explique por qué ella deja entrar a mi país, a nuestro país, venezolanos sin papeles. Yo no soy xenofóbica, señores. Yo solo sé que Panamá es para los panameños. Pero ella cree que es para venezolanos sin papeles. Por eso, tráiganla. Y si no quiere venir, ¡Arráaastrenla!»

La empollerada sale de escena sobre los hombros de los vitoreantes al son de alguna tonada boba, ahogando la voz de un ciudadano desubicado que entra al escenario vestido de guayabera y sombrero pintao («para que los folcloristas me compren una función entera»). El ciudadano se lamenta que de democracia hayamos pasado a un oligopolio de votos, pero los vitoreantes, en off, no dejan que el público siga el hilo del monólogo del llorón.

La murga no amaga al ciudadano que sigue llorando y sigue quejándose porque creyó que la invasión de los vaqueros del norte de 1989 traería democracia, pero lo único que quedó fue un sistema incapaz de combatir la natural tendencia de sobrevivencia del ser humano. De la invasión pasamos a una fiesta electoral quinquenal incapaz porque no está diseñada para eso de lograr consensos sociales, humanos. Llora, pero la tonada boba ahoga sus sollozos.

En off, escondidos, invisibles pero siempre presentes, los vitoreantes gritan que son gente trabajadora, pero por favor no los llamen trabajadores. La tonada nos recuerda que somos los consumidores que merecemos y tenemos tiempo para vacaciones inútiles en playas y ríos. Merecemos y tenemos tiempo para compras de adornos para el patio, pero no tenemos tiempo para participar en una consulta ciudadana, entender al otro y vivir en democracia.

«Arrástrenla» ahora es tonada de murga y el ciudadano llorón se pierde en la jarana.

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