Horacio Castellanos Moya es, sin duda alguna, el novelista salvadoreño más importante; no de los últimos tiempos, sino de todos los tiempos (y según Alfonso Guido, mi editor, el mejor novelista centroamericano de la actualidad). En varias ocasiones tuvo que vivir fuera de El Salvador, pero la definitiva fue tras la publicación de El asco, en 1997, luego de recibir amenazas de muerte. Castellanos Moya se fue del país, pero sus personajes jamás lograron salir. Casi la totalidad de su larga y extensa narrativa sucede entre las fronteras salvadoreñas y, cuando no es ese el caso, los personajes son salvadoreños que buscan huir de los demonios que les atormentan en su tierra.
La violencia, el olvido y la desesperación son temas recurrentes en su obra. Sus protagonistas usualmente son indeseables que buscan escapar, no tanto de lo que les pasó sino de lo que ellos mismos provocaron. La memoria les duele porque son culpables de terribles crímenes.
La obra que le valió el exilio, por ejemplo, es una puesta en práctica del estilo literario de Thomas Bernhard, teniendo por protagonista a un profesor que regresa de Canadá a El Salvador para recibir una herencia. Toda la novela, que por su brevedad se lee de un tirón, transcurre en un par de horas mientras conversa con un viejo amigo en un bar sobre toda la mierda que hay en El Salvador y en los salvadoreños.
El narrador protagonista de El asco destroza elementos culturales que se emplearon en tiempos no tan remotos para edificar sobre ellos la identidad nacional y no perdona ni siquiera a los platillos típicos, pero su verdadera crisis radica en que ha perdido su pasaporte canadiense: un elemento que le daba una nueva identidad. Su desesperación escala a niveles extraordinarios para algo que se soluciona con soportar un poco de burocracia, pero a mi juicio esta desesperación es lo mejor del libro.
Su problema no es que pueda perder el vuelo de regreso a Canadá, que deba esperar tiempo para recuperarlo o los interminables trámites que deba hacer para ello; su problema real es saber que es de El Salvador, que esa comida que tanto odia es suya y que esas costumbres que tanto aborrece también están dentro de él. Para el protagonista de El asco, un pedazo de papel es lo que le sirve para engañarse a sí mismo y no tener que decir que nació donde nació.
La novela rompe el mito del migrante nostálgico que casi duerme junto a una bandera de su país. El protagonista es la muestra de que muchos, algunos con razones más justificadas que otros, detestan o son indiferentes al país que los vio nacer. El Salvador, así como puede serlo casi cualquier otro país, es una profunda herida en muchos de sus hijos; una que sirve como recordatorio sobre las calles en las que se criaron.
Horacio Castellanos Moya ilustra a lo largo de su producción literaria justamente eso: seres que buscan olvidar lo que son y de dónde son, pero nunca pueden porque a veces la memoria es el peor de los castigos.
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