El responsable de una guerra no solo es quien que mata, sino quien la paga, quien la fomenta y quien la calla. Los responsables de un conflicto bélico son quienes hacen la guerra y quienes se encargan de que nadie más se entere.
Uno pensaría que en la era de la información sería imposible que un conflicto de gran escala pasara desapercibido ante el lente del mundo; que no podrían caer bombas, quemar hospitales y saquear escuelas sin que nadie se dé cuenta. Peor aún, que las personas, en su inmensa mayoría, ni siquiera sepan dónde queda el país donde se desarrolla. Esto no solo ha ocurrido antes, sino que ocurre ahora mismo.
Yemen es un país árabe —en el sentido geográfico de la palabra— que lleva más de tres años en una cruenta guerra civil a tres bandos: el gobierno, instaurado tras un golpe de estado, la asamblea revolucionaria y los yihadistas. Ninguno de los tres representa al pueblo yemení, ninguno lucha por un ideal verdadero de justicia. Ahora mismo solo son tres ejércitos que están destruyendo un país entero y se debaten por ver quién se queda con las ruinas.
Está de más contar las raíces del conflicto, explicar las diferentes alianzas o la forma en que se desarrollan (para eso ya hay decenas de informes de la ONU que nadie lee). A la madre que pierde a sus dos hijos por una explosión de bomba, ¿le importan las causas políticas de la guerra? ¿Le interesan las alianzas que su país o que los rebeldes que controlan su ciudad han hecho? En última instancia, ¿piensa en quién arrojó la bomba o solo piensa en que sus dos hijos están muertos?
Los muertos se cuentan en decenas de miles, los desplazados en centenas de miles y los afectados en millones. Uno a uno caen los hospitales, las universidades y las escuelas y el conflicto ha ocasionado la peor hambruna en más de cien años. Un país entero se está muriendo y el mundo no hace nada. Ni siquiera puede llevar ayuda humanitaria porque cada vez que la ONU ha querido intervenir el consejo seguridad y sus miembros permanentes usan su poder de veto para evitar a toda costa que a Yemen llegue una sola botella con agua. Es triste que una sola mano alzada pueda más que la voluntad del mundo entero o que los gritos de dolor de las víctimas de una guerra, y pueda acabar con la paz. ¿Qué clase de realidad puede ser esta donde una mano alzada puede condenar a morir de hambre a miles niños pese a haber barcos llenos de comida y medicina listos para ser enviados? ¿Cómo acabamos por darle tanto poder a una simple mano? Ni el pulgar hacia abajo de los emperadores de Roma era tan importante.
Queda claro que la estructura de poder en consejo de seguridad la ONU debe ser reformada, que no es posible que su órgano más importante solo sirva para atar de manos a la misma organización y que una mano alzada pueda decidir el destino de todo un pueblo.
No se puede sentir otra cosa que vergüenza como humanidad al no ver a Yemen en los grandes titulares, que una de las guerras más cruentas del siglo no reciba ni un artículo en la prensa nacional, como si quisiéramos aislarnos de los problemas ajenos, como si nos negáramos a sumir responsabilidades globales. Se nos olvida que sin esas responsabilidades globales no se podrán resolver los retos mundiales y, nos guste o no, eso solo se alcanza cuando nos indignamos cuando matan a un país entero.
Pero mientras eso no ocurra la ONU tendrá que conformase con hacer informe sobre el conflicto, los yemenís tendrán que acostumbrase a vivir con miedo, a consolarse con la idea de una paz que no llegará, ahogarse ante la indiferencia mundial y saber que quienes desean ayudarles no pueden hacerlo porque una mano alzada se los prohíbe.
[Foto de portada: Reuters]
†
¿Quién es Darío Jovel?
0 Respuestas a "Yemen: una guerra sin cámaras"