Es mediodía y la temperatura llega a los 36 grados, el calor hace que la humedad ascienda logrando una neblina crónica y enfermiza. Usted está detenido en una de esas espantosas colas del Anillo Periférico de la ciudad de Guatemala y la bocina de un carro promocional de teléfonos celulares hace que sus vidrios rechinen con el lodoso ritmo del reguetón más infame; la canción termina y se escucha la voz subnormal de un locutor promocionando otra oferta de llamadas salientes y entrantes. El chofer de la unidad ni siquiera se inmuta, sigue detenido a la par de su vehículo y ni siquiera intenta bajarle el volumen al bendito aparato.
Usted llega al cine dispuesto a ver uno de esos filmes premiados en festivales internacionales y que duran tan solo una semana en cartelera. Escoge su lugar en la vasta sala de cine que ese mismo día decidió estrenar otra de las tantas sagas interminables de factura Marvel y eso absorbió completamente al público guatemalteco. La película comienza diez minutos más tarde porque los anuncios cursis de una bebida gaseosa o la insufrible canción adaptada para una compañía teléfonos celulares o el ingenuo chiste que sirve de guión para anuncio de digestivos tienen su espacio también en la pantalla grande, lugar donde, por supuesto, usted pagó más de treinta quetzales a cambio de un poco de entretenimiento extratelevisivo.
En la ciudad de Guatemala no queda un espacio visible de cielo que no sea invadido por una valla panorámica, ni un minuto de silencio que no sea transformado en fastidiosa propaganda. Acosar nuestro espacio de ideas hace que poco a poco dejemos de pensar. Los niños parecen más vulnerables a todo esto, de eso que sea normal escucharlos recitando las bondades de un producto frente al beneplácito de sus zombis padres de familia. Desde hace un mes ya están zumbando initerrumpidamente los jingles de cualquier religión, producto o servicio (si no es lo mismo). Quisiera saber: ¿cuántos nos sentimos solos frente a tanta estupidez?
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Javier: todos estamos solos. Nosotros y también ellos. Reemplazar la soledad con ruido es sólo otra forma de afrontarla.