«Cuando el dedo apunta al cielo solo el tonto mira el dedo», dice el proverbio árabe. Sabiduría antigua que a través de una metáfora simple abarca un problema milenario: las conclusiones apresuradas que son el origen de todos los males. Perfecto para todos aquellos francotiradores de opiniones acerca de cosas que apenas leen, que apenas ven o que apenas conocen. Todos aquellos a quienes podemos llamar «turistas de la realidad».
Un turista de la realidad no piensa, solo dice expresar lo que siente. Va y viene señalando cualquier renglón torcido que pueda cuestionar sus valores. Escarba su ego desde lo más profundo del anonimato para dejar sus opiniones ofuscadas en comentarios de prensa. Subordina su amor y su odio al terreno ideológico, deportivo, religioso, creativo o académico como una manera tribal de mantenerse protegido. Usa la moral como taparrabos para su vergüenza. Levanta la mano en todas y cada una de las reuniones a las que asiste para convencer a los demás de que es una persona convencida. Se mira en el espejo para analizar cómo lo ven otros y no cómo se ve a sí mismo.
Un turista de la realidad critica el vaso medio vacío pero se siente muy importante para llenarlo. Siempre vuelve una y otra vez con los mismos argumentos envejecidos sin darse cuenta de que no logra hacerse convencer. Cree que es indigno contradecirse o cambiar de opinión. Escribe mal, lee apenas y piensa menos. No discute ideas, solo puede comentar sucesos y juzgar personas.
Este personaje solo encuentra blancos para su inseguridad. Teme a la soledad del disidente. Corre tras las ideas de otros tal como lo hacen las gallinas tras los granos de maíz. Nunca construye sendero alguno, va siempre en carreteras a ninguna parte. Su memoria es la del paseante que nunca se bajó del tour guiado que fue su vida. Y se muere… Se muere como mueren las palabras sin importancia.
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