Una desaparecida en un país de desaparecidos


Jimena_ Perfil Casi literal

El caso de Cristina Siekavizza ha venido a hacer visible, para gran parte de la población, una problemática que cada día ensancha las estadísticas. Guatemala es un país en donde constantemente se violan los derechos fundamentales del ser humano, un país en el que se nos invita a amar a los símbolos patrios sin exigir nada para no ser un mal guatemalteco, es este país pequeño y no solo en su extensión territorial, el que ha visto desaparecer a cientos de mujeres y hombres víctimas de la violencia.

Tenemos en el caso Siekavizza el de una mujer joven, victima de maltrato intrafamiliar, posible víctima de gritos ensordecedores, palabras obscenas, violencia económica y coacción psicológica, intimidación y amenaza; todo esto es fácil de deducir tanto por los testimonios y narraciones de quienes conocieron su matrimonio como por patrones que parecen seguirse en casos similares. Este país tiene filas de desaparecidos, tenemos una lista. En muchísimas casas de la ciudad de Guatemala podemos escuchar con facilidad la historia del primo, del hermano, de la madre y padre, de los amigos de la U, de los catedráticos que alumnos vieron irse una noche después de clase y que no volvieron, de los hermanos menores a los que levantaron de la cama una madrugada las fuerzas estatales. Tenemos historias de mujeres que como Cristina sufren a diario vejámenes, historias de jóvenes que, siguiendo esta descompuesta conformación social y sus patrones de hombría, mueren por defenderse del delincuente común, delincuente que a su vez es víctima de este sistema podrido que no le ha dado oportunidades. Hace treinta y cinco años mataban a un buen estudiante, Oliverio Castañeda, de 23 años, por la espalda; sus padres lloraban. Hace cuarenta años salieron de su casa o del aula Pedro, Luis y Alberto; Rogelia, María y Luz, todos y todas dejaron familia que hasta la fecha sigue exigiendo justicia o al menos volver a ver un cuerpo, ahora frío e inerte, pero que les dará tranquilidad. Hace cinco años un gran amigo y su familia lloraba el secuestro de Fernando, pagaron lo solicitado y aún así, no lo han vuelto a ver. Guatemala sigue siendo un país de desaparecidos, aquí la gente sí lucha, no se ha cansado de hacerlo, cientos de madres frente a las instituciones del estado con los gobiernos de turno vieron pasar sus últimos años deseando volver a ver entrar por ahí, por esa puerta, a su hijo.

Hoy, el caso de Cristina puede unirnos, puede ser un puente, tal vez muy delgado pero puede serlo, depende si así lo deseamos, puesto que resulta muy lamentable la poca sensibilización que posee buena parte de la sociedad ante la violencia en general y lo alejados que se sienten de la historia inmediata de nuestro país. Esto puede ser una oportunidad para encontrar puntos que nos unan, que contextualicen a quienes de forma indiferente o desinformada no se habían sentido afectados por los fuertes rasgos de violencia que posee nuestra sociedad como por el terrible dolor que representa un desaparecido. El haber encontrado a sus hijos es una muestra de que poco a poco los espacios que esta seudo-democracia proporciona, por muy estrechos que sean, nos dan una leve esperanza de que sí hay posibilidades de investigación y de un proceso dentro de nuestro sistema, oportunidad que años atrás no tuvieron miles de familiares que aún en ésta situación no se cansaron de exigir y no se cansan de gritar los nombres de sus y de nuestros desaparecidos.

Que si son desaparecidos de la guerra, que si lo son por un secuestro solicitando una paga para el crimen organizado, que si lo es una mujer víctima del sistema patriarcal y machista, Guatemala sigue siendo el país de los desaparecidos pero también el país de los y las valientes que siguen gritando sus nombres en las calles.

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