Aunque no es la primera de las pandemias vividas por la humanidad, creo que nunca hubo una tan dramática como esta, donde somos testigos, desde nuestras casas, de cómo todo el sistema económico en el que tanto se creyó por mucho tiempo, al que se adoró como un dios, se va cayendo a pedazos. En esta época en que creíamos superadas muchas cosas, de nuevo nos damos cuenta de que estamos tan vulnerables como si fuéramos recién nacidos.
Lo peor es que, conscientes de esta situación y ante los hechos devastadores que aquejan a la totalidad del mundo, seguimos actuando irracionalmente. No sé si sea sensación mía o una realidad objetiva, pero al alrededor veo que los líderes políticos y los hombres y mujeres poderosos del planeta ven en este hecho una oportunidad para ganar poder y acumular riquezas. Hasta he tejido fantasías en las que veo toda la debacle como una conspiración mundial orquestada por los aparatos de poder mundial para ejercer sobre nosotros la sumisión total.
Sin embargo, los hechos me estrellan de nuevo hacia una realidad desoladora: centenas de miles de muertos, otros tantos millones de enfermos y el resto de la humanidad paralizada en sus casas —para los que tenemos la suerte de tener un lugar donde guarecernos—, muertos de miedo ante lo que probablemente nos pueda pasar en los próximos días. Ni la mejor película de terror hollywoodense, con sus falsos efectos, puede llegar a producirnos el terror que esta realidad nos produce. Ni siquiera la guerra más cruenta que hemos vivido con sus escenas apocalípticas, porque al final, estos eventos están dominados por la voluntad humana, por muy mezquina que pueda ser, mientras que ahora pareciera que estamos arrojados a nuestra propia suerte, a merced de un enemigo que no miraremos jamás.
Pero algo es seguro: no nos extinguiremos todavía. De una u otra manera la humanidad saldrá de este caos y repetiremos el ciclo de estupideces en el que tanto damos vuelta. Ahora bien, si después de esta catástrofe económica no somos capaces de, por lo menos, comprender que el modelo económico actual es un fracaso, entonces nuestra especie sí será merecedora de la muerte.
Cuando haya pasado la tormenta nos tocará la tarea de regresar paulatinamente a la normalidad. Tendremos que reconstruir nuestras vidas, quizá buscar un empleo nuevo, y ese proceso de adaptación será tan duro y difícil como las muertes que vemos a diario. No obstante, esta reconstrucción no tendrá sentido alguno si paralelamente no reconstruimos un nuevo orden, principalmente económico.
Si algo debe quedar claro tras esta tragedia es que el sistema económico liberal es un fracaso, un fiasco, y su fracaso radica precisamente en su insostenibilidad. En su afán de acumular riquezas se olvida del 98% de la humanidad, que es precisamente la que sostiene la economía. Talvez sea muy cruel en mi apreciación, pero lo mejor que nos podría pasar ahora sería que los grandes emporios industriales y comerciales cayeran en la quiebra, y que si nos quedamos sin trabajo, seamos todos, para tener la oportunidad de construirlo todo desde cero, con plena conciencia de que ningún sistema se sostiene por sí mismo eternamente si no se hace con respeto hacia la vida y con una ética que anteponga el humanismo a la productividad.
Pero eso será una utopía porque la ambición terminará venciéndonos y, a la larga, acabará con todos nosotros. Quizá lo más urgente ahora mismo sea salvar vidas, pero sin nuevas propuestas económicas más equitativas estamos condenados, tarde o temprano, a caer en la misma trampa. Nos queda mucho todavía por aprender, pero por lo menos entendamos de una vez por todas que el liberalismo es un sistema caduco, el primer muerto que debería llevarse la pandemia.
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