La trampa de los derechos de autor


LeoTema escabroso y controversial este de los derechos de autor. Más de una vez me ha llamado la atención ese discurso de doble moral que he encontrado entre intelectuales de diversos ámbitos que, por un lado, pregonan a los cuatro vientos la importancia de proteger la propiedad intelectual; pero por otro, ante la primera oportunidad, consumen productos culturales pirateados, traicionando así de manera desfachatada sus propias convicciones.

Me pasó hace algún tiempo que un colega, editor por profesión y cinéfilo por placer, trataba de aleccionarme acerca de por qué era importante asegurar la propiedad literaria y, sin embargo, tenía una vasta y envidiable colección de películas compradas en los tugurios de las ventas informales. Si alguien le exponía la contradicción entre su convicción y su conducta arremetía con un argumento que no dejaba de ser acertado en un aspecto: de no ser por estos mercaderes informales, sin duda que el común de la población no tendría acceso a otras opciones distintas a las del imperante cine comercial en un medio tan provinciano como el nuestro, donde la oferta cultural es cada vez más limitada. Con todo y eso, el argumento no deja de ser falaz porque de acuerdo con la lógica del que defiende a capa y espada este «sagrado principio», no deberían existir excepciones y cualquier forma de piratería tendría que ser execrable, por muy loables que fueran las razones que la justificaran.

En lo personal no me opongo a que el autor de un producto intelectual, sea de la naturaleza que sea, tenga el derecho de proteger su obra o idea. Por ejemplo, si escribo un texto, lo mínimo que esperaría es que se reconozca mi crédito y no que cualquier fulano ande diciendo que es de su autoría. Denunciar el plagio es, bajo todas luces, un principio ético que debería salvaguardarse. Lo hace ya de manera desinteresada y con relativo éxito el mundo académico y la comunidad científica que trabaja con seriedad. Tampoco me gustaría que un tercero (ya sea persona o institución) esté generando utilidades a partir de mi idea u obra. Desde este punto de vista la protección de la propiedad intelectual es, sin duda, un deber que todos los ciudadanos deberíamos proteger.

Sin embargo, como todo en la vida, el tema de derechos de autor, como otros tantos relacionados con leyes, es una ficción creada por las poderosas industrias culturales para garantizar su hegemonía comercial y, en consecuencia, perpetuar su poder económico. Son estas mismas industrias las que van marcando tendencias, las que van dictando las normas de juego y, con ello, las que monopolizan la producción cultural. Si bien es cierto que estas industrias les darán siempre el crédito a sus colaboradores, existirá una desproporción entre las ganancias que estas obtienen con las de los autores; y si bien es cierto que estas industrias proveen toda una infraestructura que permite la difusión y comercialización de los productos —en otras palabras, los medios de producción—, no se deben de perder de vista dos aspectos: el primero es que esta infraestructura se ha generado a partir de la misma explotación propiciada por estas industrias y que, además, es protegida y resguardada por la ley desde hace mucho tiempo; y el segundo, el desequilibrio cada vez más acentuado entre las ganancias obtenidas por el mercader y las alcanzadas por quien aporta el producto. Se puede afirmar entonces que, al entrar en una cadena de producción, el trabajo de creación sufre una constante devaluación.

Aunque siempre existirán aquellos que se rehúsen a entrar en este sistema de relaciones dependientes, el futuro de estos creadores es menos prometedor todavía en un sistema económico cuya dinámica es la de un pez gordo devorando a muchos peces chicos. El autor independiente no solo estará condenado a la marginalidad y al desprestigio, sino que también estará desprotegido por esa misma ley, porque sin duda que la gran industria no pasará por alto una magnífica idea y mucho menos tendrá escrúpulos para idear la mejor manera de apoderarse de ella, haciendo todo tipo de triquiñuelas legales.

Pero quizá el peor de los efectos nocivos que puede existir ante la trampa de los derechos de autor sea el afán reduccionista de estos emporios culturales en convertir las creaciones en objetos de intercambio comercial, de manera que la información y los productos de la cultura estén destinados a elites que puedan pagar por ellos, mientras que las que no lo puedan hacer en un sistema de desigualdades como en el que vivimos, se mantengan sumidas en la ignorancia. En este aspecto, el desarrollo tecnológico, específicamente internet, ha jugado un papel muy importante en relación con la democratización de la cultura; aunque claro: tan popular como es, tiene sus propias desventajas. Lo que no se debe perder de vista es que, en las sociedades occidentales y capitalistas, la información y la cultura viene siendo un signo diferencial de clase y estatus que contribuye a consolidar un sistema establecido.

Me resta cuestionar a los defensores fundamentalistas de las leyes de derecho de autor que examinen qué puede haber más allá de estas loables y bien intencionadas leyes liberales que, si bien son necesarias, deberían medir a todos por igual y no caer en excesos que beneficien a grandes potentados. Cuestionar la ley de derechos de autor debería ser tan legítimo como el mismo cuestionamiento que merece hacerse de la propiedad privada. Al final de cuentas, ¿quién nos dice o qué determina que una tierra o propiedad pertenece a determinada persona?

Por último, la persona que pretenda actuar como celadora ciega de la «sagrada» ley de propiedad intelectual debería revisar si su actuación es la más proba, porque aquí tiene mucha validez el pasaje bíblico que invita a tirar la primera piedra a quien esté libre de pecado.

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4 Respuestas a "La trampa de los derechos de autor"

  1. José Carlos Torres dice:

    «Poderoso caballero es Don Dinero»…

    Su texto está desordenado, lo cual impide entender cuál es su punto de vista. Además, a mí me parece deshonesto que alguien que trabaja para una editorial explotadora, mercenaria y elitista como Santillana pretenda explicar qué es y qué no es una doble moral en la conducta de otras personas con relación al tema de la piratería. Sin embargo, lo más vergonzoso de su escrito es que lo finalice con una referencia evangélica cuando usted, abiertamente y en varias ocasiones, se ha manifestado ateo y ha hecho alusiones terribles, de manera arrogante, despectiva y violenta, en contra de las creencias religiosas de las demás personas. Eso, señor, se llama hipocresía, y es evidencia de un fanatismo ciego, tan horrible como el de cualquier sesgo religioso; un fanatismo, comprobable en sus escritos, de usted hacia usted mismo.

    Me disculpo de antemano por mi comentario, sé que es ofensivo, ojalá tome de este algo bueno.

  2. Leo De Soulas dice:

    José Carlos Torres, muchas gracias por su comentario. Pues me da pena que no lo haya entendido, porque ya eso es un indicador de que no se puede hacer una discusión. Claro, mi punto de vista es el siguiente: creo que debe haber un mecanismo para proteger la propiedad intelectual de una persona; pero también hay que ser crítico cuando alguien se escuda en los derechos de autor para tratar de sacar ventaja económica inadecuada. El hecho que trabaje en una editorial, no tiene por qué quitarme mi actitud crítica. Al fin, soy tan solo un empleado más, no soy el dueño de la empresa y de algo necesito vivir. En cuanto a lo que escribo, pues yo no tengo problema alguno en compartirlo ni me voy a enfadar con que lo lea mucha gente. Afortunadamente, no vivo de lo que escribo. En relación con la cita bíblica final, pues siento decirle que es una ironía, algo muy propio de la manera cómo escribo, en ningún momento tengo interés alguno de evangelizarlo en algo en lo que sencillamente ni yo mismo creo ni me interesa creer.

  3. Eco Eco Eco dice:

    Es que tú te contradices Soulas. Ahora ya escribes otra cosa.

    Tu trabajo se respeta, todos hacemos lo mismo, ya sea que trabajemos o compremos estamos vendidos a las grandes empresas sin poder hacer nada solamente ser parcos y consumir solo necesario.

    Tenemos que trabajar para consumir y seguir en el ciclo. Pero tú estabas juzgando a las personas que compran discos piratas a la vez que estan de acuerdo en defender la propiedad privada. Yo no veo nada malo en eso por que al comprar una cinta pirata lo hacemos por necesidad por que las otras son muy caras. Y con eso nadie le está quitando nada a los actores o directores; igual al fotocopiar un libro, éste sigue siendo del autor, uno toma la copia por necesiad por que no tiene para comprar una edición bonita.

    Tu también dices que el escritor no vive de su escritura. En un nivel de pobres nadie le roba su autoria a nadie; por experiencia. Los que pueden robarle a un escritor, músico, artista son las empresas grandes porque se quedan todo.

    Para eso están las editoriales de jovenes escritores, de amigos, es el gran delirio de las fotocopias… y eso no significa que no se respete la propiedad del escritor…al contrario.

    Tu opinión no era crítica sino a-crítica. Parece que estabas radicalizado, no se entiende si quieres la piratería o defender las trasnacionales corruptas. Que bien tu aclaración.

    La propiedad privada se respeta consetudinariamente entre nosotros. Los códigos fueron hechos para las trasnacionales extranjeras.

  4. José Carlos Torres dice:

    (En mi comentario original hacía referencia a las faltas de ortografía en este texto y fue borrado. Eso es censura.)

    Ahora bien, agradezco su aclaración y déjeme decirle que respeto su trabajo y su persona.

    Solamente que, si se da cuenta, yo no dije que no había entendido su escrito. Dije que su desorden impedía entenderlo, no que lo hiciera imposible. Aunque, claro está, siempre está uno sujeto a equivocarse.

    Su aclaración me dice mucho más de su idea sobre el tema y sobre usted como autor que el texto inicial. Me parece que es aquí más claro.

    Por último, acepto su punto de vista en cuanto a la referencia evangélica, pero me permito diferir en que sea una ironía. No sé por qué llama así a la forma en que escribe en el último párrafo. A mí me parece simplemente una referencia irresponsable, nada original, igual que muchas otras que se encuentran por doquier en cualquier lado.

    Los escritores que se declaran ateos hablan despectivamente de una tal «vaca sagrada» pero en todo caso no pueden desprenderse de sus rosadas ubres. Hablan sin respeto de Dios pero cuando necesitan una espada con qué herir, no dudan en utilizar la que su cultura urgente les presta.

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