Roque Estrada entre amores, ausencias y demonios


LeoDesplazarse entre los versos y la prosa poética que urde cada una de las ausencias del poeta guatemateco Roque Estrada es similar a la sensación de dejarse llevar libremente por el viento e ir redescubriendo los maravillosos y sencillos secretos de una intimidad perdida, la cual, a la distancia, se revive con profunda melancolía.

Es que, más allá de la ternura y casi inocencia como se van derrochando las palabras y evocando las memorias, Ausencias es un libro de profundas pérdidas y de lutos sobrellevados con la impotencia de quien ve derrumbarse ante sí los afectos que ha ido creando con tesón y la ruina de la propia vida emocional. Son recuerdos tejidos con el tono de resignación de quien no puede volver al pasado para cambiarlo y, en su lugar, se dedica a atesorarlos. Es así como el recuerdo, al volverse palabra y poesía, es también huella tangible de su existencia real.

Más allá de estas amargas ausencias, de estas elegías rememorando épocas mejores, el libro de Estrada va destilando en cada resquicio su dosis restauradora de amor, porque si algo debe reconocerse es que, en esta aglomeración de recuerdos y ausencias, la realización del amor pleno ronronea como fuerza vital que provee a la existencia de un norte. Y no es cualquier tipo de amor, sino uno que puede tomar la forma de una embestida erótica del amante fogoso o la del cariño sosegado y fraternal —amor casi vedado también— entre un padre y su hijo. En todo caso, las Ausencias de Roque Estrada se atreven a hablar sin pudores y sin falsas alharacas de esos amores prohibidos —pero no por eso menos tiernos, menos sinceros, menos reales— que surgen recíprocamente de un varón hacia otro.

¿Por qué hay hombres que se enamoran de otros hombres? ¿De verdad importa esa pregunta? En realidad solo debería importar si nos ayudara a comprender la compleja conducta humana, ensanchar nuestros límites respecto al amor y liberarnos de nuestros propios complejos y prejuicios. Acercarse a este libro y disfrutarlo en su justa medida implica, tal y como el autor lo hace, reconocer que el amor es y será una de las más sublimes expresiones de nuestra naturaleza, indistintamente de hacia quién vaya enfocado. Sin rimbombancias ni exaltaciones poéticas subidas de tono, Roque Estrada logra hablar de amor con una naturalidad que asombra por su sencillez. Ni trata de justificar su afecto, ni trata de hacerlo parecer excepcional, ni mucho menos hace el amague para que parezca un grito necio de inconformidad escupido desde la contracultura; simplemente da por hecha y por sentada la existencia de un amor que, aunque enchina los sentidos y pone a flor de piel la sensualidad con las insospechadas imágenes que nos devela, está construido con cimientos humanos más profundos.

Con relación al tema del amor paternal que aparece en la última parte del libro y que se hace más agudo con la ausencia física del padre muerto, Roque Estrada nos muestra otra faceta del amor casi prohibido que profesa hacia otro hombre significativo de su vida. Y digo «casi prohibido» porque en nuestra cultura occidental se nos ha enseñado que el amor entre padres e hijos varones debe estar restringido por la medida y jamás debe ser exhibido con exceso y sin mesura. Por el contrario, Roque Estrada nos sugiere la figura de un padre sabio y dadivoso cuyo legado principal es el de compartir el amor en abundancia, y que no por eso se convierte en un ser débil y con falta de firmeza.

Es así como, sin quererlo ni proponérselo, el autor nos lleva a reflexionar sobre estos estigmas que se han creado en torno a los afectos entre hombres, que no por haber permanecido escondidos del escarnio público durante siglos han perdido su cepa esencial. Al final de cuentas, el amor, como otras experiencias subjetivas humanas, no debe ni debería tener un camino trazado por el prejuicio de la multitud.

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