María Luisa Cedeño y las fosas comunes


Elizabeth Jiménez Núñez_ perfil Casi literalHace unos días en Costa Rica surgió un movimiento de indignación nacional donde se le exigía a un canal de televisión local que emitiera disculpas públicas por un reportaje titulado: «El crimen de la habitación número 3», en el cual se ventilaba un caso —aún en estudio por el Poder Judicial— del asesinato de la anestesióloga María Luisa Cedeño. El reportaje fue transmitido en un segmento muy conocido del canal de televisión, llamado 7 días.

No es necesario ahondar en el caso. Lo único importante de destacar es que María Luisa fue a descansar a un hotel y terminó envuelta en una sábana blanca y no despertó jamás. Fue asesinada. Varios sospechosos del crimen se encuentran en prisión preventiva, entre ellos el dueño del hotel donde fue encontrado su cuerpo.

El director del espacio 7 días eximió de responsabilidades al canal, inculpándose con el dedo en el pecho y señalando que la periodista encargada de estructurar dicho reportaje no tenía mayor responsabilidad. Incluso señaló la prometedora carrera periodística que ella tendría en el futuro. La indignación de muchos costarricenses circuló en redes sociales y la disculpa pública fue prácticamente un accionar obligatorio, involuntario para no traerse abajo la poca credibilidad con la que quedó el espacio y la identidad del medio responsable.

Otro absurdo ocurrió como parte de las disculpas. El director del espacio estableció que en el contexto actual no era el momento preciso para desarrollar dicho reportaje. Entonces me pregunto: «¿Será que el director de 7 días pensó que habría algún día, un momento idóneo para ese espectáculo sensacionalista?» Porque para la mayoría de los costarricenses no es un secreto que varios de los altos dirigentes del canal sostienen amistad con uno de los implicados (el dueño del hotel donde se hospedó la víctima), conocido en el medio de la farándula costarricense por tener nexos de amistad con personeros del canal en cuestión.

Lo más alarmante del caso de María Luisa Cedeño es que el mensaje para los agresores fue contundente: se les invita a darle rienda suelta a sus desviaciones siempre y cuando incluso el canal con mayor audiencia durante las noches lluviosas los convierta automáticamente en antihéroes televisados. En tiempos de confinamiento podríamos decir que el espacio 7 días ofrece una hora propicia para estar en un sofá escuchando reportajes sobre crímenes no resueltos por las instancias competentes.

El crimen ocurrió y sobre él pesan silencios, pruebas, heridas, conjeturas y habladurías. Pesa este espantoso crimen y pesan también los crímenes no resueltos con una cadena histórica de impunidad colectiva. Aunque la víctima en este caso tenía una carrera y un futuro, todavía hoy recuerdo cuando abrí el periódico y vi la esquela con las condolencias de todos sus compañeros, doctores y doctoras que lamentaban la pérdida de su colega. Porque alrededor de la vida de María Luisa Cedeño hay personas que todavía están iniciando el camino del duelo, como muchas otras familias de víctimas de femicidios. Entonces reaccionamos con tremenda furia porque hay una herida, una espina en la línea discursiva de nuestro país.

Mientras tanto, un canal de televisión se esfuerza en reforzar criterios legales por parte de los abogados de los acusados; porque, para ellos, todavía es buen momento para amainar la sanción social generalizada. Su línea periodística-sensacionalista los obliga a publicitar el punto de vista de los imputados por interpósita mano de sus defensores y concentrar esfuerzos en sostener cierta versión de duda para reforzar una especie inocencia pública previa al proceso de juicio.

Esto no solo tiene que ver con la culpabilidad de la conducta típicamente antijurídica (es decir, ilegal), sino también con los matices de dicha culpabilidad: atenuantes y agravantes que no son poca cosa y que significan años más o años menos de cárcel.

Pesa el tratamiento mediático, esa obsesión por meter a todas las víctimas en un mismo saco, una manera desgarradora de lanzar a las víctimas a una misma fosa común donde un sector de la población establece juicios temerarios bien conocidos y reproducidos: «Se lo merecía», «Andaba muy destapada», «Tenía amigos raros», «No sabía cuidarse», «Se arriesgó al irse sola» y muchas otras formas de castigo posterior al castigo de la muerte.

Porque también las mujeres históricamente hemos contribuido a reproducir conductas machistas y a legitimarlas cuando los sucesos no están estrictamente vinculados con nuestra forma de vivir o de pensar. También hemos castigado a nuestras hermanas de género. Hay jerarquías para la aceptación de las faltas o para la legitimación de las más espeluznantes acciones relacionadas con violencia de género.

Lo que es innegable es que la vida es inviolable; pero hablo también de la vida más allá de la biología: la arquitectura de ese derecho que comienza ahí adentro, muy hondo, en los intrincados recovecos de la psique. Muchos repudian los femicidios, pero en su casa enseñan a sus hijos e hijas a categorizar mujeres para así tratarlas de una manera o de otra cuando la verdad debería ser una sola: todas las mujeres se respetan. Detrás de los femicidios también hay mujeres que han perpetuado el horror de ciertos agresores a través de sus formas de complicidad veladas.

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