La dueña de Kennedy


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalPara Ana

Al darme cuenta de la noticia, no pude evitar imaginarme la felicidad en los ojos pequeños de la dueña de Kennedy tras sus anteojos con graduación de culo de botella que los hace ver más grandes y expresivos de lo que en realidad son. Y es que el pasado mes de enero el alcalde hizo oficial la prohibición de espectáculos circenses en la ciudad de Guatemala, específicamente para aquellas compañías en cuyo repertorio se presenten números con animales. Estoy seguro que la dueña de Kennedy es una de las personas que más celebró la noticia, y ojalá que muchas otras ciudades en Centroamérica y el resto del mundo tomasen las mismas medidas.

No se necesita ser tan apasionado como la dueña de Kennedy para darse cuenta que hacer shows con animales es un acto tan aberrante que no hace más que dejar en claro el lado más sombrío y miserable de la humanidad, su ego injustificado de “especie superior” ante todas las demás. Me pregunto a quién se le habrá ocurrido aprovecharse por primera vez de las destrezas de un tigre, agarrándolo a latigazos para que de un salto atravesase un aro de fuego frente a una multitud, o usar como objeto de burla la naturaleza de un toro para luego matarlo, o aprovecharse de la lealtad de un perro para enfrentarlo hasta la muerte a otro de su misma especie. Actos de por sí tan detestables como las aberraciones más grandes que se hayan llevado a cabo con humanos a lo largo de la historia.

Este tipo de actitudes me hacen dudar sobre cuán “racionales” podremos ser en realidad, sobre todo tomando en cuenta que de todas las especies existentes, somos la única en estar empeñada, no solo en destruir a las demás, sino también en autodestruirnos; sino cuál otra podría ser la razón por la que en la actualidad existan bombas nucleares capaces de borrar del mapa por completo a aglomeraciones urbanas de hasta 25 millones de habitantes como Tokio, Sao Paulo o ciudad de México, cuando se supone que la búsqueda y preservación de la paz es un principio universal y común de todo ser humano. ¿Dónde queda aquí la racionalidad de una especie “superior”?

La dueña de Kennedy es una tenaz rescatista de animales y además una apasionada activista en contra de su maltrato. Por mucho, la persona más apasionada que yo haya conocido en lo que respecta a esa vocación. Discutir con ella sobre animales podría resultar un acto temerario para quien intente persuadirla. Por ejemplo, nunca se le ocurra decirle a la dueña de Kennedy que el pelaje de los gatos es dañino para el sistema respiratorio o que las ratas fueron las causantes de una muerte horrenda para un tercio de la humanidad durante la Edad Media, o de lo contrario podría pasar a figurar en su lista irrevocable de personas non-gratas. Con unos ideales así no resultaría nada raro que la dueña de Kennedy fuese vegetariana, pero no. El vegetarianismo como método de vida se queda corto para sus ideales, y es entonces cuando el veganismo se convierte en una opción radical pero admirable reservada para unos cuantos valientes como ella. Quizá lo que más me sorprenda de todo este asunto es que lograra convencer a alguien tan terco como su novio (un tal Eynard que seguramente muchos lectores de esta revista ya conocen) para que también fuera vegano, ya que eso me deja en claro su alto nivel de persuasión.

Fue esa misma persuasión la que un día por fin me convenció de recurrir a la eutanasia como una mejor alternativa para mi perro enfermo y anciano. Luego, la misma tarde que murió, la llamé esperanzado en que me dijera (sin tener el valor de preguntárselo) que el cielo existía y que mi perro estaba feliz allí, corriendo y saltando por todos lados como hacía mucho había dejado de hacerlo en vida, hostigando a algunos santos que juegan fútbol en las nubes hasta despedazarles la pelota, botando de un tendedero las vestimentas blancas de algunos ángeles y revolcándose en el suelo con ellas hasta dejarlas asquerosas, comiendo hasta el hartazgo de los mejores platos de un rey y, por último, meando y cagando a sus anchas por todos los pisos y jardines celestiales sin que nadie lo regañase por ello. Aunque esa no fue precisamente su respuesta, por lo menos me hizo confiar en que todo estaba bien, pero claro, quién sería capaz de no confiar en que tu mascota está en un lugar mejor si te lo dice una mujer cuya vida está totalmente volcada hacia el bienestar de los animales.

Quiero concluir diciendo que la dueña de Kennedy es una heroína anónima que lleva ocho años de rescatar, curar, alimentar y proteger a perros abandonados en las calles para luego llevar a cabo campañas épicas hasta el desfallecimiento por encontrarles un nuevo hogar. Tanto su labor como la de muchas otras personas que comparten su vocación es más que admirable. Si usted llegase a encontrar personas como la dueña de Kennedy en las calles durante campañas de adopción de mascotas o de recolección de fondos, alimentos y medicinas para su cuidado, no los ignore. Acérquese a ellos. No necesita llevar una bolsa de concentrado o las ganas de adoptar a una mascota para conocer más sobre su labor. Reconocerlos de alguna forma, es la mejor manera de motivarlos a seguir adelante.

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