Octaviano Bravo, en 1934, escribió: «Nadie, por muy amigo de fantasear que sea, podrá preveer, con probabilidades de éxito, hasta dónde llegará el influjo del cine [entiéndase las artes audiovisuales e inclúyase el internet]. Al hombre del futuro no le hará falta ni siquiera saber leer y menos escribir para sentar plaza de erudito […] No temo equivocarme de manera alguna en profetizar para dentro de varios años el absoluto desaparecimiento de profesores y útiles de enseñanza en las escuelas y universidades […] Un día el hombre podrá ver cine de modo remoto sin tener que ir a un salón de cine».
En 1934, cuando el mundo se debatía en la discusión primitiva de si era cine o no el cine con sonido y si este era arte o no lo era, y se dividían los espectadores a nivel mundial entre los bandos de quienes estaban a favor y los que estaban en contra del cine sonoro —que había arribado a Nicaragua en 1930 pero existía en Estados Unidos desde 1927—, un cronista nicaragüense de cine y cultura predecía y se preocupaba por el futuro del audiovisual y sus usos académicos, de entretenimiento, como armas de guerra, manejo y manipulación de la sociedad mundial.
Además, discutía sobre cómo el cine, o más bien las artes del entretenimiento, generarían en el futuro tanto confort al ser humano —no lo define en años ni décadas, solo se refiere al futuro, lo que puede entenderse por el infinito— que se llegaría a los extremos de la banalización de las ideas e imperaría la ignorancia por doquier. Cosa que sucede hoy en día desde que por medio de internet y las redes sociales cualquier persona, hasta el ignorante más grande, tiene oportunidad de opinar.
Como un reto personal y profesional se planteaba el periodista granadino Octaviano Bravo, redactor de Granada gráfica / Revista de cultura e información, salida a luz en 1934, el hecho de haber sido invitado por sus editores a dirigir y escribir una sección de comentarios sobre las películas que se exhibían en los teatros y cines granadinos.
Para entonces los diarios y periódicos de esa ciudad mezclaban los pormenores sociales y sucesos con las noticias internacionales de gran importancia que les llegaban a través de cables y del telégrafo; eso incluía todo tipo de temática, ya fuera una guerra, un accidente automovilístico en Nueva York o el estreno de un filme en Hollywood o México. Granada gráfica fue creada con secciones específicas y los directores habían separado la cultura de la información general y de las noticias de última hora.
Octaviano comenzó desde el génesis y pasó por dubitaciones de ensayo-error hasta sentirse a gusto incluso con el nombre de la sección. La llamó simplemente «Películas que se exhiben» y su experiencia en este inicio la cuenta con detalles a sus lectores en la edición número 1: «Cuando acepté hacerme cargo, en esta revista, de una sección de comentarios o juicios sobre las películas que se han de exhibir en los salones de cine de esta ciudad, pensé en titular dicha sección así: “Películas buenas y malas que se exhiben”. Mas, reflexionando sobre los alcances legítimos del título en cuestión, lo encontré demasiado atrevido y, a cambiarlo, dije».
Ante un mosaico de periódicos que se ponían a la venta cada mañana y tarde en las calles de Granada, dar una opinión y valorar obras de cine cuando no se tiene ninguna formación académica ni técnica para hacerlo era un peso que para Octaviano Bravo se presentaba con demasiada carga. En su escrito introductorio hizo sus reflexiones en primera persona para dar más carácter a sus pensamientos: «en manera alguna pretendo traer a esta sección juicios definitivos sobre las cintas a cuya exhibición tenga oportunidad de asistir».
La sección «Películas que se exhiben» fue cambiando a medida que avanzaban los números de la publicación (que solo alcanzó ocho ediciones, según la colección que se conserva de esta revista en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos en Washington D.C.) y se aprecia que los temas no solamente se enfocaban en lo que el título alude, sino que, como autor literario y reflexivo, se extendía en el análisis psicológico de los personajes y en técnicas empleadas por los directores, además de ahondar en la gran discusión que estaba de moda en la década de 1930, y era que si el cine debería quedarse sonoro o volver a ser silente; tema en boga pese al gran éxito que ya tenía el cine con sonido en el mundo hacia 1934.
Aunque la crítica como tal no era una práctica común en el redactor de calle como él —en otras secciones se le ve firmando notas sobre juicios legales o actividades de la policía que procuraba mantener el orden público en los conflictos callejeros— Octaviano Bravo usa en sus artículos cortos un estilo que iba mejorando.
En el tercer número cuenta que se había comprado un libro que le acababan de traer de España, titulado El arte de ver cine, pero no menciona su autor o casa editorial. Con este hecho, y por lo complicado y tardado que era en ese tiempo mandar a comprar un libro en otro continente, se daba a entender que se estaba tomando en serio su trabajo; y por las referencias que se dedicó a citar de ahí en adelante sobre «cómo asomarse a la pantalla», que le aportaban riqueza a sus colaboraciones, volviéndolas más documentadas y acercándose al género del ensayo.
En el número 5 de la revista dedica un capítulo al artículo «El cine del futuro», que inicia con la entradilla: «Un día el hombre podrá ver cine de modo remoto sin tener que ir a un salón de cine». Este tipo de afirmaciones y de reflexión sobre cómo veríamos cine los seres humanos de los siglos XX y XXI puede definirse de una forma brillante y totalmente futurista ya que en 1934 estaba muy lejos de anunciarse al mundo el invento de la televisión y lo único remoto que existía eran las ondas de radio y la telegrafía sin hilos. Los otros medios de comunicación como el teléfono o el cine requerían de la presencia física del ser humano en un lugar y en un momento para poder hacer efectivo su deseo o necesidad de comunicarse con alguien, e igual su receptor debía tener las mismas condiciones materiales y físicas para recibir esa información que venía del otro lado. Y el internet —y por consiguiente las plataformas de cine como Amazon Prime, Netflix, Apple TV o YouTube— no estaba ni siquiera en la imaginación de los seres humanos de la sociedad común de 1934.
Después del cuarto número de la revista Octaviano Bravo comienza a aplicar el lenguaje de la verdadera crítica sin caer en refritos publicitarios, que son los que más se observan en la mayoría de las publicaciones periódicas de esa época. Los refritos usaban continuamente las palabras «excelente», «bello», «maravilloso» o «lindo». Entre las expresiones de este autor, en cambio, estaba la búsqueda de un sentido del argumento, los usos de la luz y los símbolos ocultos —quizás en algunos textos se excede en sus análisis y cae en interpretaciones al estilo culebrones mentales—, pero siempre manteniendo una narración in crescendo.
A pesar de alguna publicidad que hizo para teatros específicos —quizás pagada, quizás no—, en total, Octaviano Bravo ajusta un compendio de siete críticas. Luego, en el número 8 de la revista, su sección desaparece sin ninguna explicación de parte de los editores ni despedida suya, en contraste con el largo texto del primer número, en el que habla de la técnica que usaría y da la bienvenida a los lectores, invitándolos a «oírlo» decir sus comentarios que pudieran «iluminar sus mentes para ver las películas con sentido de inteligencia». Su sección, más que un espacio para hablar de cine, se trataba de toda una propuesta cultural.
Esto que Octaviano Bravo llamaba «sentido de inteligencia» fue su fuerte, lo que hace que merezca la pena rescatar su nombre del olvido por tratarse de un innovador crítico con redacción sobria que ofrece aportes al estudio sociológico de aquella sociedad y visiones futuristas que deja ir en pequeñas frases en cada uno de sus artículos. La última de estas publicaciones se basa en sus percepciones de la perfección del cine, aun cuando en la década de 1930 no se habían despertado las grandes olas del cine que transformarían el concepto artístico del séptimo arte, comenzando con el neorrealismo italiano de la década siguiente y que él, por supuesto, ignoraba.
Al estado de calidad del cine en 1934 se refiere desde su primer número: «Que el arte cinematográfico ha llegado a un grado de perfección bastante considerable es cosa que nadie discute en los tiempos que corren: desaparecido el cine mudo para cederle el lugar al hablado, puede asegurarse, sin temor a pecar de exagerados, que este arte, el que pudiera muy bien llamarse cinematografonía [término simbiótico para referirse a la cinematografía con sonido] está a punto de convertirse en el único medio de manifestación de la belleza escénica».
A favor de la cinematografía y no del teatro, Octaviano Bravo calificaba al cine como un medio de comunicación absoluto que imperaría sobre todos los otros. No se imaginaba que dos décadas después se inventaría la televisión —yendo más allá en el siglo XX y del XXI, tampoco imaginaba la era digital— y daba por un hecho que el cine era y sería el único gran invento magistral de la Historia para el arte escénico. Sin embargo, en sus juegos como redactor de vaticinios y sus continuas alusiones al futuro, sí logra profetizar lo que algún día el séptimo arte llegaría a ser; un estado, pese a lo avanzada que está hoy la humanidad, al que aún no hemos llegado:
Concretándose a lo que pudiéramos llamar ramo educativo, no temo equivocarme en manera alguna al profetizar para dentro de varios años el absoluto desaparecimiento de profesores y útiles de enseñanza en las escuelas y universidades: la cinta hablada será el incansable profesor del mañana [en la década 1930 era demasiado temprano para vaticinar la era digital de hoy, pero parece que esto era una de sus principales inquietudes]. Las lecciones de Geografía, Historia, Ciencias Naturales, etc, etc., serán vistas y oídas en los salones de cine que habrán reemplazado a los salones de clase; y también en los salones de cine, antes que en las aulas universitarias, oirá las conferencias didácticas el futuro médico y el futuro jurisconsulto [esto podría parecer una predicción de los altos estudios de maestrías y doctorados que hoy se pueden cursar en línea]. En resumen, el cine hablado, si no lo es ya, está llamado a ser el único maestro del porvenir.
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¿Quién es Karly Gaitán Morales?