Liberación femenina: más ficción que realidad


Lissete E. Lanuza Sáenz“Un libro es un pedazo de la vida”, escuché alguna vez. “Escribe sobre lo que conoces”, decía uno de mis profesores de escritura. “Pon un poco de ti en lo que creas, pero no todo”, me recomendaba un amigo. El consejo es el mismo repetido ad nausem y la conclusión es inescapable: La literatura refleja la vida, y no al revés. O al menos eso pensaba yo.

Quizás en el fondo, el consejo es válido para la mayoría de los temas. Al fin y al cabo tiene sentido, no se puede escribir de lo que no se conoce. El mundo tiene mucha gente y toda esa gente tiene una experiencia diferente, conocimientos diferentes. Hay miles de formas de enmarcar la existencia a través de los ojos de otra persona, pero esto, por más que sea diverso, sigue siendo una derivación de la misma idea. La realidad creando la literatura.

Pero en algunos casos, ¿puede ser al revés? Suena absurdo, ya lo sé, aunque quizás no tanto. La fuente de todo invento es, después de todo, una idea. Nada existe sin que alguien, en algún lado, haya pensado con un “¿por qué no?”. ¿Por qué no llevarnos la computadora a todos lados? ¿Por qué no podemos escuchar música donde sea que estemos? ¿Por qué las mujeres no son iguales que los hombres?

Primero viene la idea, luego la ejecución. Cuando se trata de tecnología, al menos, así pasa. Cuando se trata de derechos civiles, sin embargo, toma un poco más de tiempo. No que necesitemos de lucha alguna. Leí en estos días en internet: “Ya las mujeres pueden votar. ¿Qué más necesitan?”

Me provocó hacer una lista: ser reconocidas como iguales. Igual remuneración, igual respeto. Que se nos permita hacer lo mismo, tomar nuestras propias decisiones sin que se nos juzgue por ello. Que ser fuerte no sea algo que merezca ser celebrado porque todas tengamos derecho a serlo. Que la fama no tenga que ver con la belleza física sino con el talento y la inteligencia. Que dejemos de ser accesorios en la historia de un hombre.

Y es en esto, solo en esto, donde quizás la literatura tiene las de ganar. Hay mujeres maravillosas en la literatura universal. Mujeres fuertes, valientes, guerreras. Hay también mujeres malas, rencorosas, embusteras. Hay heroínas que salvan al mundo y villanos que lo condenan. Hay historias de amor e historias sin amor. Hay amiga, enemigas, traiciones y mentiras. Hay, como diría mi abuela, de todo en la viña del Señor.

La literatura lo permite. Es aceptable ponerse brava, llorar, gritar, quejarse y tener emociones negativas. Nadie le dice a la heroína de la historia que “es verdad: ha tenido un mal día pero que deje de quejarse y sonría”. Cosas así solo nos las dicen a nosotras: a las mujeres de carne y hueso.

Cuando sea grande quiero ser una mujer multidimensional. Una que busque sus propias aventuras, que cometa errores, que se enamore y se desenamore, que se equivoque, que le rompa el corazón a alguien. Cuando sea grande quiero ser una mujer de esas que los libros me prometieron que podía ser. Una mujer de verdad.

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