Hace un par de días, buscando un regalo, di una vuelta por la sección de niños y niñas de varios almacenes en la ciudad de Panamá. Me impresionó mucho la variedad de ropa y accesorios que encontré (no quiero sonar muy vieja, pero en mis tiempos no habían tantas opciones). También llamó mucho mi atención el abismo existente entre lo que había para varones versus lo que había disponible para niñas.
Para niños había pijamas con el logo de la NASA, disfraces, camisetas y hasta conjuntos de superhéroes, así como sables de luz, espadas, pistolas y máscaras de Los Vengadores, la Liga de la Justicia y otros que ni yo —una geek consumada— conocía. También encontré, en la misma sección de niños, el escudo de la Mujer Maravilla y algunas camisetas donde, además de ella, estaban los otros miembros de la Liga de la Justicia. Nada relacionado a este personaje se encontraba en la sección de niñas, ni un disfraz y mucho menos sus brazaletes a pesar de que la película recientemente acaba de estrenarse. Ni eso es suficiente razón para que la mercancía de un superhéroe femenino pueda encontrarse en la sección para niñas. O sea, que las niñas solo pueden ser princesas mientras que los niños pueden ser astronautas, superhéroes, jedis, príncipes, generales y probablemente treinta cosas más que no tuve tiempo de descubrir.
Y no faltará quien diga ahora que estoy exagerando y que las opciones de vestimenta para niños no determinan de una forma u otra lo que un niño o niña pueda o quiera llegar a ser en la vida, pero si en una cosa tan pequeña —algo en lo que generalmente pesan las ideas comerciales por encima de los prejuicios— aún estamos tan atrasados, ¿cómo pretendemos vender la idea de igualdad de género? ¿Cómo puedo decirle a mi futura hija que también puede ser lo que ella quiera y que puede estudiar lo que desee? ¿Cómo puedo prometerle que el mundo está lleno de posibilidades si desde pequeña los únicos modelos que tiene a seguir son los de Elsa, Cenicienta y Blancanieves? Esto incluso sucede cuando sí hay otros modelos a seguir para mujeres: desde la Mujer Maravilla y Supergirl hasta Leia, de la Guerra de las Galaxias, sin olvidar a la Viuda Negra de Los Vengadores.
Hay también mujeres de carne y hueso: no princesas, sino escritoras, estadistas, astronautas y cientos de profesionales más que podríamos estar imitando y admirando a menos que no sepamos de ellas porque no aparecen en un suéter al igual que nuestra superhéroe favorita y por esa razón sus historias no lleguen a nosotros.
No solo los niños pueden ser lo que quieran; las niñas también pueden. Y aunque parezca tonto comenzar la pelea por la sección de niños y niñas de un almacén, lo cierto es que si le enseñásemos a la generación que viene que pueden ser y admirar a quienes ellos quieran es más probable que, de adultos, puedan romper esos paradigmas que nos mantienen separados y que en el fondo no hacen más que hacernos más diferentes de lo que en realidad somos.
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¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?
Lo interesante quisiera decir en este caso es que, hablando de juguetes, nos topamos a primera vista con que a la mercadotecnia sólo le interesa vender, vender a toda costa, a cualquier costo y aunque por todos lados nos anden con el cuento de «igualdad», es tan falso desde su punto de vista de ventas, de posición en el mercado, de rentabilidad si así lo quieren llamar, a quién le interesa decirle al niño o a la niña que puede ser lo que quiera, si ya nos están vendiendo lo que tienen que ser aún desde antes que nazcan, desde el baby shower, desde que en la concepción preguntan si será niño o niña para decorar la habitación, para elegir superhéroes o princesas, azul o rosado y de ahí después del nacimiento comienza todo, quienes te rodean tienen ese chip, que las niñas jueguen con muñecas, que los niños con carritos, y este último ni que se le ocurra pensar en muñecas porque es afeminado, y entonces ahí aparecen todos los stands en los supermercados, en las jugueterías, por secciones y hasta con letreros de colores azul y rosa: «área de niños», «área de niñas».