Cuando era pequeña creo que miraba telenovelas. Nunca estuve segura o quizás no quise admitirlo hasta ahora que soy adulta. Los guiones eran atroces, el diálogo tan ridículo que hasta de niña recuerdo la risa que nos provocaba discutir algunas de las declaraciones de los personajes. Pero mirábamos las telenovelas igualmente y al día siguiente hasta las discutía en el recreo con otros compañeros de clase.
Supongo que un chico guapo —o en algunos casos, una chica guapa— podía haber sido suficiente razón para mirar cualquier cosa. Pero no lo recuerdo así. No discutíamos mucho de lo ridículo que era todo, ni de qué tan guapo se veía tal o cual actor o actriz. Todas las conversaciones tenían que ver con una sola cosa: el romance.
En esos tiempos, los únicos romances eran los de las telenovelas. Las series de televisión y las películas tenían sus romances, sí, pero muy pocas veces eran el centro de la historia. Excepto en las telenovelas. Y por eso pasamos recreo tras recreo discutiendo cada mirada, cada palabra (tonta o no) que se decían dos personajes.
Poco a poco cambiaron las cosas. No del todo, pero algo. Nos ha tomado hasta 2021 que la industria estadounidense se dé cuenta de algo que en América Latina ya sabíamos desde que la industria de las telenovelas sostuviera la televisión en varios de nuestros países: el romance vende.
Sin embargo, estamos llegando ahí. En estos días la serie mas vista de Netflix, Bridgerton, es una adaptación de un romance de época; y cada dos por tres Hollywood intenta una nueva versión de un libro de Jane Austen: escritora mayormente conocida por sus libros de romances.
Todavía se mira con recelo. Por cada Bridgerton hay tres personas diciendo que esta es la excepción a la regla. No es posible que pase de nuevo y de nuevo. Solo en pequeñas dosis es sostenible, dicen, como si yo no conociera a personas que se vieron cada uno de los más de 400 capítulos de la telenovela Rebelde allá por el año 2004, o los 361 de Floricienta más o menos por los mismos años. Seguramente hay gente que veía ambas como si nada.
Pocas cosas tienen en común estas historias, más allá de un romance como foco. Y ya va siendo hora de que como sociedad procesemos que si hay una industria dedicada a películas de acción es porque se ha reconocido que una gran parte del público las disfruta sin importar quién sea el actor principal o cuál sea la trama; además, que las adaptaciones de historias mayormente románticas también tienen un público y tendrán el mismo éxito si se les permite crecer.
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