Estados Unidos y la ingenuidad bien intencionada


Jimena_ Perfil Casi literalLa banda puertorriqueña Calle 13 ―surgida en 2004―, después de un primer disco de reguetón, rap y fusión sumamente exitoso, cambió la esencia de sus composiciones introduciendo letras críticas de contenido social pero mantuvo los ritmos actuales y contagiosos que la caracterizaba. En más de una entrevista, Residente, el vocalista de la agrupación, ha explicado que todo ha sido parte de una estrategia para jugarle al sistema actual y que su primer disco ―cargado de canciones de contenido sexual, buenos ritmos y poco contenido crítico― solo fue una maniobra para captar la atención internacional, posicionarse y luego atacar con su verdadera propuesta, utilizar al sistema y desde adentro lanzar los golpes.

Para un grupo musical como este, esta estrategia no solo fue exitosa en cuanto a premios y reconocimientos. En lo personal considero que han aportado con buenas rolas que no solamente nos hacen mover el esqueleto sino que llevan un mensaje alrededor de la crisis humanitaria y ecológica en la que estamos sumergidos.

Desde el siglo XIX con la doctrina Monroe, Estados Unidos ve a Latinoamérica, y en especial a los países del Caribe, como el espacio en donde habrían de ampliar sus inversiones e intereses comerciales. Se mostraron en contraposición a las potencias europeas quienes ya tenían acuerdos con los gobiernos del istmo centroamericano y el Caribe. A inicios del siglo XX lograron ―por medio de la política llevada a cabo por el presidente Theodore Roosevelt denominada «Del gran garrote» o Big Stick― posicionarse dentro de la región valiéndose de alianzas políticas, pero siempre manteniendo la amenaza de una posible invasión a los territorios latinoamericanos. Así fue como legitimaron el uso de la fuerza, el intervencionismo y el imperialismo en todo el continente.

Previo a la Segunda Guerra Mundial, con el presidente Franklin D. Roosevelt a la cabeza, la política exterior estadounidense para América Latina sufrió algunos cambios. Lanzó la «Política del buen vecino», que moderaba algunas de las medidas represivas que se habían mantenido en el área y proponía relaciones de no injerencia en los asuntos internos de los países latinoamericanos; esto le favoreció dado que, llegada la Segunda Guerra, recibió el apoyo necesario para colocar bases militares y presionar a sus oponentes por medio de la reducción de beneficios a los ciudadanos alemanes que vivían en este lado del mundo, además mejoró el  intercambio comercial y, en el caso específico de Guatemala, amplió beneficios para los grandes monopolios estadounidenses que ya estaban establecidos.

En 1944 Guatemala inició el que llegaría a ser su único proceso en búsqueda de la democracia y que promovió la equidad social, las mejoras en el sistema educativo y de salud, y los derechos sindicales. Inició una década propicia para la tan ansiada independencia económica y donde por primera vez los guatemaltecos podrían elegir a sus autoridades libremente.

En el marco de la Guerra Fría, el gobierno revolucionario de Jacobo Árbenz Guzmán se vio fuertemente amenazado. Su propuesta de reforma agraria daría tierra a los campesinos y generaría un país de productores y propietarios (afectando directamente los intereses de la bananera estadounidense United Fruit Company, que poseía grandes cantidades de tierra sin uso que le serían expropiadas); además, velaría por la construcción de una carretera al Atlántico que permitiría agilizar el comercio libre y sin dependencia de la IRCA (la única empresa que prestaba el servicio de ferrocarril y estaba en manos estadounidenses), del puerto de Santo Tomás y del proyecto de la hidroeléctrica Jurún Marinalá, que proporcionaría energía eléctrica a precios favorables, en comparación de los de la Electric Bond and Share.

En 1954, el gobierno de Estados Unidos ―por medio de la CIA y apoyados por el sector terrateniente guatemalteco― obligó al presidente electo a renunciar a su cargo y salir del país. Con esto iniciaría otro episodio oscuro en la historia de Guatemala, ya que hacia 1960 estallaría una guerra interna que duraría 36 años y en la que el gobierno estadounidense no solo sería de gran apoyo a los gobiernos represivos de corte militar que dirigieron Guatemala, sino que en algunos casos fungiría como asesor directo en cuanto a la ejecución de secuestros, desapariciones forzadas, tortura y ejecución extrajudicial.

Desde 1996, y aun después de los Acuerdos de Paz, se nos ha creado una atmósfera falsa donde pareciera que las nuevas generaciones, al desconocer o no prestarle interés a la historia, dejan de lado no solo la influencia sino la injerencia de la potencia del norte sobre su patio trasero: Latinoamérica.

Como ejemplo reciente menciono dos: primero el narcotráfico, que se ha vuelto un problema que si bien el gobierno estadounidense ha sabido utilizar a su favor en muchas ocasiones, ahora pareciera que se les está escapando de las manos; como segundo ejemplo, el plan de la Alianza para la Prosperidad del Triángulo Norte está enfocado en crear programas de desarrollo para reducir la cantidad de migrantes hacia Estados Unidos; hablan de mejorar la calidad de vida de los guatemaltecos, salvadoreños y hondureños; pero claro: esto desde una lógica neoliberal imperialista, como lo dice el Comunicado de la casa de Blair: «Para alcanzar el objetivo del plan, se cuenta con cuatro ejes: dinamizar el sector productivo, desarrollar el capital humano, mejorar la seguridad ciudadana y el acceso a la justicia».

Este es el nuevo «plan», la nueva línea técnica y táctica. Si bien la política exterior de Estados Unidos ha cambiado, el imperio mantiene como prioridad sus intereses y únicamente mueve piezas a su conveniencia. Ahora quieren detener el flujo migratorio cuando esta es una situación que, en parte, es consecuencia del tremendo atraso que significó para nuestros países las medidas intervencionistas que ya mencioné antes. Quieren modificar las cosas para que la vida en estos ensayos de país sea un poco tolerable y con ese fin ha apoyado la lucha contra la corrupción. Necesitan limpiar la casa y les está siendo difícil pues en un país como el nuestro la élite conservadora, terrateniente y empresarial, aliada al Ejército y a la corrupta clase política, se ha enquistado profundamente.

Esto, aunado a los proyectos millonarios que representan las hidroeléctricas, los monocultivos y las mineras, nos puede dar un panorama amplio; «dinamizar el sector productivo y desarrollar el capital humano» es convertir a todos en empleados asalariados, eliminar las formas de vida comunitaria que aún prevalecen en el campo, dañar el ambiente bajo el pretexto del desarrollo e imponer la lógica del consumo hasta en lo más recóndito del país.

Debemos tener claridad de la situación actual. Si bien las movilizaciones de 2015 en su mayoría fueron espontáneas y bien intencionadas, cargadas de momentos enaltecedores y hermosos desde el plano simbólico, considero que solo fueron un elemento inicial del cambio verdadero que se obtendrá en un futuro lejano. Esto no ocurrirá, sin embargo, si consideramos la «estrategia Calle 13» como una forma legítima de la lucha social. Cambiar estructuralmente el sistema desde adentro es una buena intención, pero esto con el tiempo únicamente podría caer en oportunismo político.

No pretendo lanzar una costalada de desaliento, al contrario: espero que sirva como aporte mínimo para el análisis y la autocrítica, para que fortalezcamos con nuestros pequeños o grandes aportes al movimiento social, pero teniendo claro que ni la caridad, ni la filantropía, ni el altruismo y mucho menos la ingenuidad son útiles cuando se tiene claro que el enemigo no ha cambiado, que no podemos ni debemos confiar en él y mucho menos podemos pretender manipularlo. El enemigo no ha dejado de ser el mismo y solo cambia de antifaz; y de dialogar con él, deberá reconocérsele como lo que es: con convicción y sin medias tintas.

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