«Que las cosas sean de una manera no quiere decir que no se puedan cambiar».
Merlí
Hace unos días tenía con un grupo muy ameno y diverso una conversación por chat sobre el fenómeno Harry Potter y lo pop. A manera de conclusión: la mitad somos Potterheads, es decir, admiradores/amantes/fans —dicen que es algo generacional, no sé— del mago adolescente y su universo, y la otra mitad, pues, por una u otra razón no se enganchó ni con los libros ni las pelis, prefiere la literatura menos fantasiosa o quizá menos pop.
La cuestión es que la cultura pop (entiéndase aquella popular y masiva) despierta escepticismo y rechazo inmediato en cierta gente «leída», y debería porque muchas veces la duda quiere dejarse fuera del conocimiento común.
Hoy quiero hablar de otro personaje con nombre de mago que hace algo fantástico en la cada vez más popular televisión por internet: que la filosofía sea vea popular y práctica. Estoy hablando de Merlí.
Advierto que seré spoiler porque no puedo seguir sin las correspondientes presentaciones: un profesor de filosofía, cincuentón y desempleado, consigue una plaza en la secundaria de la escuela pública de Cataluña a la que asiste su hijo gay adolescente (aún enclosetado). Instalado ahí, contracorriente, arma una completa revolución durante sus justas tres temporadas: que chicas y chicos piensen por sí mismos.
Con eso ya tiene varios puntos a su favor: 1) no es la típica serie gringa de escuelas pijas adolescentes (véase Gossip Girl o 13 Reasons Why, aunque toque los mismos temas y más, y de mejor manera); 2) el protagonista es un hombre irreverente de más de cincuenta años, con su panza y sus arrugas, así normal (no es un George Clooney ni un atlético James Bond); 3) la serie habla abiertamente de sexualidad y diversidad (aparece un personaje trans y hasta alienta el poliamor); 4) la serie está en catalán (perdón, es que me encantan los idiomas, es otra manera de conocer mundos), y 5) lo más importante: toda la serie está basada en un tema que las universidades y escuelas —no digamos la política— en todo el mundo quiere echar por tierra: la filosofía.
En uno de los capítulos, Merlí dice (lo parafraseo): «La filosofía debe contrarrestar la estupidez». Y vaya si no, en estas sociedades líquidas llenas de incertidumbres, con vínculos frágiles y discursos políticos más que falsos, aberrantes (como los que pronunciaron algunos presidentes en la Cumbre Iberoamericana realizada en Antigua Guatemala), que nos dejan desesperanzados, con rabia, sobre todo porque nos quitan espacios reales de desarrollo.
El 15 de noviembre se conmemora el Día Mundial de la Filosofía y es preciso recordar que la filosofía no es una cosa abstracta solo accesible a eruditos y pensadores, sino la reflexión y la crítica que podríamos hacer todos sobre las cosas vitales e importantes de la vida: el sexo, el amor, las contradicciones, la verdad, la coherencia, el perdón, los derechos.
La ONU, en su explicación sobre para qué tener este día, refiere:
«Muchos pensadores afirman que el «asombro» es la raíz de la filosofía. De hecho, la filosofía proviene de la tendencia natural de los seres humanos de sentirse asombrados por sí mismos y por el mundo que les rodea.
La filosofía nos enseña a reflexionar sobre la reflexión misma, a cuestionar continuamente verdades ya establecidas, a verificar hipótesis y a encontrar conclusiones. Durante siglos, en todas las culturas, la filosofía ha dado a luz conceptos, ideas y análisis que han sentado las bases del pensamiento crítico, independiente y creativo».
Quizá los creadores de Merlí bajaron un par de volúmenes imaginarios al esnobismo intelectual para ofrecer un contenido más profundo y de muy buena calidad a una cultura pop muchas veces ninguneada.
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Tal vez no es justo, Noe que lo diga otra «fan» de Merlí, pero: ¡Qué lindo artículo! De todas las series y películas sobre la educación de los jóvenes (soy docente, las he visto casi todas) me parece la mejor por mucho: por la veracidad con la que se caracteriza a los adolescentes, por la cercanía con la realidad del aula, por la pintura que hace de los docentes y su posibilidad de superar la rutina, el hartazgo, la hostilidad y la bronca. Por cómo describe el riesgo de caer en la demagogia o la tiranía… En fin, por cómo nos hace despertar a lo humano sin caer en la sensiblería. Gracias por esta entrada, otra de las tan hermosas que siempre escribes.