Suicidio y literatura (I): autoras y autores suicidas


Noe Vásquez Reyna¿Suicidio y literatura son conceptos románticamente afines? El Instituto Karolinska, en Solna, cerca de Estocolmo, es uno de los principales centros educativos universitarios del mundo en el campo de la medicina; y es referencia en los campos de ginecología, genética y neurociencia. Este instituto indicó en 2012 que las personas que se dedican al mundo del arte tienen un mayor riesgo de sufrir trastornos mentales y, por ende, el índice de suicidios en ellos es más elevado.

Esto lo cuenta en un artículo el médico y escritor Pedro Gargantilla. Cuando se habla de suicidio se encamina la conversación hacia la prevención y luego se gira hacia los desbalances emocionales y psicológicos, pero por alguna razón no se piensa en la voluntad de cada persona. El año pasado, el conversatorio sobre «Suicidio y literatura» organizado por el Fondo de Cultura Económica en Guatemala, con la moderación de Carla Natareno, me colocó en un diálogo intenso con muchas de mis propias referencias literarias, es por ello haré dos entregas sobre este tema.

Primo Levi, 68 años. Stefan Zweig, 61 años. Horacio Quiroga y Virginia Woolf, ambos de 59 años. Emilio Salgari, 48 años. David Foster Wallace y Anne Sexton, de 46 años. Yukio Mishima, 45 años. Alejandra Pizarnik, 36 años. Sylvia Plath y John Kennedy Toole, de 31 años… La lista de suicidio y literatura es larga. Me sorprende que aquellos y aquellas escritoras que han permeado mi escritura hayan podido decidir el cómo y el cuándo de sus muertes, en distintas edades, épocas y circunstancias.

El sociólogo, pedagogo y filósofo francés Émile Durkheim fue el primero en tratar el suicidio como fenómeno social, con lo que rompió la tendencia tradicional de considerarlo un fenómeno estrictamente individual y objeto exclusivo de la psicología o de la moral. En El suicidio: un estudio en sociología (1897), Durkheim analiza la tasa anual de suicidios que existe en varios países europeos desde la sexta década de siglo XIX y se percata de que suelen mantenerse constantes o con cambios muy leves a lo largo de prolongados períodos, y que es diferente de unos países y de unas comunidades a otras. A partir de ello infiere que el suicidio es, ante todo, un hecho social; y sus causas son antes sociales que individuales o netamente psicológicas.

Durkheim propone identificar las causas sociales del suicidio y distingue cuatro: 1. El suicidio egoísta, es decir un excesivo individualismo, cuando los vínculos sociales son demasiado débiles para comprometer al suicida con su propia vida; 2. El suicidio altruista, causado por una baja importancia de la individualidad, opuesto al primero (en muchos pueblos primitivos llegó a ser moralmente obligatorio el suicidio de los ancianos cuando ya no podían valerse por sí mismos); 3. El suicidio anómico, en sociedades cuyas instituciones y cuyos lazos de convivencia se hallan en situación de desintegración o de anomia (conjunto de situaciones que derivan de la carencia de normas sociales o de su degradación); y 4. El suicidio fatalista, cuando las reglas a las que están sometidos los individuos son demasiado férreas y autoritarias. El tema de suicidio y literatura puede caber en cualquiera de estas cuatro.

El autor austriaco-británico Stefan Zweig decidió suicidarse junto con su esposa, Charlotte Altmann, el 22 de febrero de 1942, mientras vivían en el exilió en Petrópolis, Brasil. Tomaron la decisión ante la desesperación por el futuro de Europa, después de que el Imperio de Japón invadiera la fortaleza británica de Singapur, la principal base militar británica en el sudeste de Asia, pues creían que el nazismo se extendería a todo el planeta. Los empleados les encontraron abrazados sobre la cama, dos vasos con veneno sobre la mesilla de noche y cuatro cartas. Se despidieron de amigos y dejaron sus cosas en orden; hasta una nota sobre su perro, confiado a sus amigos. Zweig escribió: «Creo que es mejor finalizar en un buen momento y de pie una vida en la cual la labor intelectual significó el gozo más puro y la libertad personal el bien más preciado sobre la Tierra».

Pero al hablar de suicidio y literatura, los motivos y las formas no siempre son románticas y llegan a ser de lo más prácticas hasta lo más ritualísticas: el cuentista, dramaturgo y poeta uruguayo Horacio Quiroga se despidió después de una vida trágica: el accidente fatal de su padre, los suicidios de su padrastro y su esposa, su propio cáncer. En presencia de su amigo Vicente Batistessa, el cianuro fue el alivio. Mientras que el novelista, ensayista, poeta, dramaturgo, guionista y crítico japonés Yukio Mishima como el escritor marino y periodista italiano Emilio Salgari utilizaron ritos orientales para suicidarse. El primero después de planificarlo durante al menos cuatro años y el segundo, abrumado por problemas económicos.

El caso de John Kennedy Toole, quien se asfixió en su carro encendido, me llama especialmente la atención. Tuvo una madre controladora quien le limitó la socialización desde su infancia y destruyó la nota de suicidio que su hijo dejó para después hacer declaraciones confusas sobre su contenido. Biógrafos han hablado de un factor en su depresión por la “confusión” sobre su sexualidad, aunque conocidos cercanos lo negaran.

La poeta estadounidense Anne Sexton, quien obtuvo el premio Pulitzer de poesía en 1967, también eligió el motor de su automóvil. Durante su carrera soportó críticas por tratar asuntos que para entonces todavía eran tabú, como la menstruación, el aborto y la drogadicción. En octubre de 1974, al volver a casa, se puso el abrigo de piel de su madre, se quitó sus anillos, se sirvió un vaso de vodka, se encerró en el garaje y encendió el motor. Ya lo había intentado antes, en 1954, el día de su cumpleaños.

Alejandra Pizarnik y Virginia Woolf dejaron por escrito sus profusas reflexiones sobre la vida y la muerte, algo que interpreto como los propios ritmos de su literatura, con el ejercicio de calcular la tensión entre la palabra y el silencio, y el rigor de ejercer contra sí mismas la autocrítica más dura. Ejercitaron constantemente sus lenguajes narrativos y poéticos en sus diarios y su producción literaria. Quien las lee no puede volver a la literatura de la misma manera: se pierde la inocencia respecto del desdoblamiento de vida y obra.

Esta es una primera entrega sobre suidicio y literatura, que definitivamente se queda corta: son tantas y tantos escritores… Creo que hablar sobre el suicidio como algo presente y posible es una conversación adulta y humana. Quitarle prejuicios ayudaría a comprender los porqués que llevan a una persona (a cualquier persona, no solamente a las más sensibles) a estados extremos de frustración y agotamiento físico y emocional.

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