Eso es lo que les ocurre, en nuestras sociedades todavía occidentales y socialdemócratas, a cuantos acaban sus estudios, pero la mayoría no adquieren conciencia de ello o no lo hacen de forma inmediata, pues están hipnotizados por el deseo del dinero, o quizá de consumo los más primitivos.
Sumisión. Michel Houellebecq
El primer mes del año va acabando con ciertos dejos agridulces en un país que tiene polos opuestos hasta para los dulces y salados. Los más amargos nos los trae la política mainstream, de la que todos nos enteramos uniformemente y que nos abofetea hasta en forma de memes en las redes sociales.
Sin saber exactamente los detalles, porque no hemos visto ni leído noticias, recontamos y reenviamos los de Barack, Melania y Donald o los de la familia de Jimmy. Seguimos la ola para no despertar del todo, supongo. Nos dopamos de otras cosas para no ver la desesperanza profunda.
La mayoría sobrevive el día a día y a esta se le exige planear futuros con esfuerzo propio, individuales, donde nadie es responsable de nadie. Las certezas de las socialdemocracias, como cobertura médica y retiro digno, se han diluido por la competencia, las horas extras y las nuevas esclavitudes laborales en repúblicas muy amantes de su tierra, enemigas de terroristas y los comeniños.
Nos hipnotizamos, incluso voluntariamente, para producirnos sueños artificiales. Hay canales efectivos y directos para ello: el internet, la televisión, las drogas, el alcohol, el consumismo, el trabajo, la rutina. ¿Quién tiene tiempo para reflexionar? Es un lujo la meditación y el yoga. Necesitamos tomar conciencia de tantas cosas, pero los que tienen privilegios para ello son solo grupúsculos urbanos de «generaciones correctas» que comen tortas de garajes.
La rutina guatemalteca para los laborantes aguantadores inicia a las 4 de la mañana (aunque ahora los horarios mutan y mutan): se desperdicia vida en ir y venir de un trabajo «formal y seguro» (donde todos somos descartables) para conseguir lo suficiente para las deudas, proteger a los seres queridos, comprarnos nuestros merecidos e inútiles gustos. Total, es nuestro dinero.
En tanto se pierde hígado en el camino mientras se esquivan choques entre 6 y 8 de la mañana. «Energúmenos», dirán algunos, pero podría usted pensar en cómo no ser salvaje con las pocas horas de sueño, con el estrés por que los niños lleguen a clases (si no, qué hacer con ellos), con los riñones reventados porque hasta se olvidan muchos de beber agua en un trópico grosero. ¿Le ha tocado ser energúmeno y salvaje alguna vez en nuestras congestionadas calles?
Pensar en el otro no es lo nuestro, eso es claro. Ni el estudiante universitario ni cualquier egresado profesional es capaz de ser consciente de su entorno por mucho que haya estudiado, digamos política o medicina. Nuestro sistema de educación no ha sido diseñado para eso. Nuestros hogares están inmersos en la sobrevivencia y la preocupación, las mayorías; o en los excesos y las apariencias, los más desahogados. Así que la asignatura moral y sociedad sigue vacante. ¿Se le podría preguntar al presidente de Guatemala si alguna vez habló de corrupción con sus hijos? ¿Nos los podemos preguntar también a nosotros mismos?
Sin embargo, todos soñamos y queremos un mejor país, pero que la conciencia la tomen los otros y solo los sábados por la tarde. Sí, sigamos rezando y pensando que unos cuantos son suficientes para hacer cambios reales, y sí, sigamos compartiendo memes:
George Bush, Barack Obama y Donald Trump van a una entrevista de trabajo con Dios.
Dios le pregunta a Bush: «¿En qué es lo que crees?».
Bush contesta: «Yo creo en la economía libre, la libre empresa, en una América fuerte, en la nación americana, y así…».
Dios queda impresionado por Bush y le dice: «Bien, toma asiento en la silla a mi derecha».
Dios sigue con Obama y le pregunta: «¿En qué es lo que crees?».
Obama responde: «Yo creo en la democracia, en ayudar a los pobres, en un mundo en paz, etc…».
Dios queda realmente impresionado por Obama y le dice: «Bien hecho, toma asiento en la silla a mi izquierda».
Finalmente, Dios le pregunta a Trump: «¿En qué es lo que crees?».
Y Trump contesta: «Yo creo que estás sentado en mi silla».
†
¿Quién es Diana Vásquez Reyna?