Tres libros de poemas para comenzar el año (I): Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar, pero debes saber que ya no hay río ni llanto; de Jorge Humberto Chávez


Carlos_ Perfil Casi literal

A un dios desconocido, o un demonio demasiado astuto que se preocupa por poner en nuestras manos lecturas excelentes, le debo el agradecimiento de haberme topado con tres libros que hicieron del fin de año una época y un lugar, cualquier lugar, un lugar placentero o vertiginoso; o con los que uno puede experimentar el placer del vértigo o el vértigo del placer y viceversa.  Y es que un libro vale sobre todo cuando tiene la capacidad de sorprendernos, como había dicho ya el odioso de Harold Bloom en su Canon occidental (la gente lo odia por tener razón de formas extrañas) y fue él también quien dijo que la lectura más valiosa es aquella que nos provoca leer un libro siempre por primera vez sin que la sorpresa se agote. Pues esta sorpresa fue la que me provocó la lectura de los tres textos que quisiera compartir en este espacio, no como sugerencias sino como vivencias personales que puedan los lectores tomar en cuenta o desechar como delirios inconsecuentes.

El primero de ellos es Te diría que fuéramos al río Bravo a llorar pero debes saber que ya no hay río ni llanto, y desde la construcción de un título tan prosaico pero a la vez contundente se intuye la fuerza, la solidez de una construcción poética que no admite palabras que sobren. Cada verso está construido con lo herméticamente necesario para crear una forma más o menos narrativa, más o menos poética, infinitamente triste. Aunque tal vez no sea tristeza la palabra más adecuada para describir esa especie de destrucción, esa devastación interna, esa debacle, ese quiebre ambiguo de algo dentro de nosotros al leer cosas como: “Ahora, cada vez que me asomo a los espejos te veo más a ti mientras mi cara poco a poco se borra, padre / (…) sé que alguna mañana tu rostro y el mío terminarán por ser el mismo en la cama de un hospital deslavado el color de nuestros ojos” y luego dice en ese mismo poema, como haciendo una omisión de la impronta del futuro, de la presencia eternamente presente de un sino lastimero: “pero hoy todavía el país ha amanecido envuelto en el aroma del café y hay en la cama una linda muchacha que sueña el porvenir / inmerso todo en una insólita belleza”, como para que uno se ponga a llorar al verse inmerso en una belleza insólita que se traduce en esperanza. Y ese también podría ser el motivo del libro. Ver cómo esa esperanza muere lentamente, o al menos vive a sabiendas de que su muerte está presente en cada segundo. Que cada momento de esperanza es un momento menos antes de llegar a un final inevitable de fracaso y desolación.

Y el ámbito del poemario es una especie de limbo que se sitúa en esos pueblos que quedan muy cercanos al límite fronterizo entre Estados Unidos y México. Cercanos también al río Bravo que es un río limítrofe entre dos tristes realidades que gustan de exagerar su infortunio o su belleza. Esos pueblos de los que Bolaño tanto habló en sus poemas y adonde Belano y Ulises Lima fueron a buscar a la matrona poética, Cesárea Tinajero. Esos pueblos que Bolaño pobló de fantasmas y de asesinos de personas y de asesinos de esperanza aparecen poblados por este poeta por la tristeza infinita de la gente común y corriente que vive en ellos. El libro habla de cómo sobrevive para morir pronto una flor, una planta verde y noble en medio de un desierto de humanidad, el desencanto de una ciudad que es intolerante al llanto y en el que el llanto mismo se vuelve un acto heroico y poético. Por eso dice en otro poema que “El sur es un grito; el norte es una fiesta de luz” y el poeta es un testigo mudo, impotente del contraste entre la vida y la muerte; entre el dolor y el gozo de un mundo que se pinta obsceno, ajeno, pero que en el fondo resulta igual de estéril y vacío.

Y mientras más avanzo con la escritura apresurada de esta reseña me doy cuenta que más cortas se quedan mis palabras y que para compartirles mi experiencia al leer este libro lo único válido sería entregárselos a ustedes en las manos, para que vieran por sí mismos; para que sintieran esa misma desazón. “Porque he aquí a el hombre que sólo necesita algunos pasos para llegar a casa a curar su desánimo pero ya no hay lugar que aloje su cansancio”, y en otro de los poemas dice: “y esa muchacha rubia de senos desnudos que tiene su boca en tu oído y te narra los sueños que perdió en la eternidad” y no sé si saberme un tipo demasiado sentimental al haber llorado con algunos de los poemas o se saber al mundo demasiado inhumano por no saber llorar con libros como este.

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