Están por cumplirse quince días del abominable incidente en el Hogar Seguro Virgen de la Asunción y no puedo dejar de sentirme perturbada por la actitud que ha tomado el presidente Jimmy Morales. Condescendiente, moralista e irremediablemente pedante: no deja de causarme asco la manera en que ha intentado esquivar la culpa, especialmente cuando el incidente se produjo dentro de una institución regulada por la Secretaría de Bienestar Social de su administración.
No voy a perder el tiempo describiendo la negligencia de la gestión de Morales ni la imprudencia con que ha asignado a las personas menos capaces para desempeñar cargos públicos por más de un año en esta abismal administración. Lo que considero alarmante es el discurso con que se maneja este gobierno y la manera en que denigra a los guatemaltecos y ensucia la memoria de las víctimas.
El discurso que Jimmy Morales presentó el 15 de marzo, reunido con las nuevas autoridades de la Secretaría de Bienestar Social, podría compararse con una prédica de esquina. Morales describe el proceso de contratación como si se tratara de algo tan fastidioso y mundano como programar una cita con el odontólogo. «Quiero hablarle al corazón de cada uno de ustedes», dice el líder de nuestras fuerzas armadas y públicas. Procede a describir cómo «algunos y otros» dicen «esto y eso» y «hablan y dicen» de todo. Cantinflas estaría tan orgulloso. Pocas veces se emplean tantas palabras en público para no decir nada. Sin nombres ni argumentos claros, el presidente concluye que esta tragedia fue responsabilidad del país. «La institución familiar (…) no está cumpliendo su función. Las instituciones como las iglesias no están cumpliendo su función. Las instituciones escolares no están cumpliendo su función». Y yo quiero saber qué clase de lógica producen estas brillantes observaciones.
Primero que nada, las familias deben ser amparadas por el Estado, no reguladas ni fiscalizadas. Es ridículo culpar a la familia en un país donde alrededor de 3000 niñas se convierten en madres antes de los 15 años por carecer de una educación apropiada, ni en materia académica ni en materia sexual. Para defender la familia, el presidente guatemalteco le declaró la guerra a una ONG pro-aborto, porque sería terrible tener menos mendigos y criminales nacidos de la pobreza o menos madrecitas luchonas porque las niñas decidieron tener una infancia normal. La Ley de la Juventud continúa estancada mientras el presidente crea villanos imaginarios.
Segundo, las iglesias no tienen ninguna responsabilidad, ningún derecho y ninguna razón de trabajar en los asuntos del Estado. Constitucionalmente, la República de Guatemala está descrita como un Estado laico. Sin embargo, creo que todos nos recordamos de Jimmy Morales gritando y sollozando en el III Desayuno Nacional de la Oración. Y no, ese evento no fue un evento privado para fieles evangélicos sino un acto protocolario con el escudo nacional como fondo y la presencia de funcionarios oficiales, incluyendo a la Fiscal General del Ministerio Público Thelma Aldana y el Comisionado Presidencial para la Competitividad e Inversión Acisclo Valladares.
Y tercero, considerando que la educación es un deber constitucional del Estado, ¿no sería apropiado que se asumiera cierta culpa para su administración? Morales lleva más de un año en el poder. En todo ese tiempo, ¿por qué no se investigaron las denuncias que provenían del Hogar Seguro? Si el programa de la SBS solo cuenta con tres hogares de protección y abrigo para menores en toda la república (según su sitio web), ¿por qué habrían de pasar desapercibidas las situaciones más alarmantes como el hacinamiento, los abusos y las carencias de recursos? Morales termina culpando a la SBS, la PGN y la PDH porque en un «determinado momento no pudieron cumplir sus funciones interinstitucionalmente».
El circo no termina ahí. Jimmy toma el micrófono al estilo de Vicente Fernández y pregunta retóricamente «¿qué es la muerte?». La describe como «la separación del cuerpo y el espíritu», «de esta vida con la otra vida» y la separación «eterna, en donde ya no hay vuelta atrás». Estoy segura de que las familias que enterraron cenizas la semana pasada tienen definiciones un poco más complejas, con palabras como dolor, fuego, sofocación, tortura y agonía.
Pero la siguiente parte es donde se me revuelve el estómago: Jimmy Morales procede a relatar alegóricamente el pasaje de Lázaro que cita el Evangelio según San Juan. Sin sutileza, el presidente compara su posición con la de Cristo, llorando a pesar de los reclamos de los espectadores. Concluye así: «No voy a continuar con la historia porque en esa historia el poder de Jesús hizo que Lázaro resucitara. Pero acá eso no se va a poder dar».
Dándose sus aires mesiánicos, el presidente se burla de todas las personas que ahora desearían un milagro para volver a ver a sus niñas. Recordándoles la pérdida con una moraleja absolutamente inapropiada, con el tono de alegre cantadito y los gestos coquetos, Morales minimiza el dolor que persiste entre las familias de las víctimas, el pánico que invade a todas esas personas que tienen un hijo institucionalizado, la ira que consume a todos los que estamos donando comida, artículos sanitarios y ropa para proteger a los pequeños que el Estado prefiere ignorar porque no tienen las caritas sonrientes y los ojitos iluminados para posarle en sus fotos de redes sociales.
Lo más detestable de este discurso espiritual es que se vale de falacias para excusar una clara falta a la responsabilidad de su administración, tiñendo la negligencia como voluntad del Altísimo, maquillando la necedad como un misterioso camino del Señor. Y juzgando por la aplastante cantidad de comentarios celebratorios en estos discursos/oraciones, nada limpia mejor la memoria que la Palabra.
Para terminar, Jimmy Morales presume su aporte de décadas para FUNDABIEM, criticando a las personas que cuestionan el programa y celebrando a los que tocan el sudor, la saliva y el bracito de alguno de los niños (palabras del mandatario). Halaga a la institución con personas que «hacen», reclamando que los guatemaltecos deben asumir el compromiso de trabajar por los niños. Para «levantar la moral», Jimmy exhorta a que se cree un sistema renovado para el cuidado de menores que será heredado por las próximas administraciones. Quizás sería mejor que el sistema sirva a los niños que el Estado aún no haya conseguido matar por negligencia. «Aprovechemos la crisis» es una frase que sin duda sonaría adorable en una reunión de negocios para motivar a los asesores de ventas, pero de cara a 40 funerales, la frasecita suena imperdonablemente cruel. Sin una sola arruga de turbación en el rostro, Morales reitera que está «muy triste», pero esta es la tristeza de ver un perro atropellado en la calle, no el arranque de ira con que describió esos «rumores bien fundamentados» del golpe de Estado.
Como lo hizo en esa vergonzosa entrevista con Fernando del Rincón, nuestro honorable presidente vuelve a lavarse las manos con declaraciones melosas, embarrando a todos los guatemaltecos como responsables directos de su fracasada gestión. Y algo de razón tiene: este país lo eligió. El verdadero crimen de Estado es un país que tras décadas de violencia y miseria se rehúsa a elegir un gobierno digno y exigirle la responsabilidad que corresponde, más allá de encargarle a su líder que por favor no sea tan corrupto ni tan ladrón. Pero el arresto y cuestionamiento de intenciones para los 2 millones 750 mil 847 votantes que colocaron a Jimmy Morales en el poder seguramente será complicado, incluso si llamamos al FBI.
†