No me gusta escribir reseñas de los libros que leo. Admiro profundamente a escritores que son capaces de concatenar la vida completa de un cuentista, la historia de su obra esencial y su experiencia en la lectura justo a tiempo para su correspondiente aniversario literario y en menos de 1,000 palabras. Esa gente se merece un beso, o un trago quizá. Esa es la clase de gente que te conforta cuando alguien te pregunta qué es tan importante de una carrera donde invertiste cantidades millonarias para saber qué leer y cómo.
No me gusta reseñar libros porque creo que no tengo mucho que agregar sobre lo que la gente ya ha leído y la academia ha divulgado. Lo que realmente disfruto en una obra literaria tiene que ver más con mi experiencia personal sobre el texto y no con la trascendencia de la obra o la biografía de su autor. Esto quizá explica por qué detesto a Mario Benedetti, aunque defenderé hasta la muerte mi amor por la infame saga de Ann Brashares (listo, lo dije. Los insultos en la sección de comentarios, por favor).
Sin embargo, una serie de fortuitas experiencias en 2018 me ha llevado a interesarme por la experiencia que acompaña la autoría de mis lecturas. Diré que es una especie de nuevo propósito. Por aquellos requisitos del destino un viernes por la tarde terminé leyendo Bestiario, de Julio Cortázar (1951) y Bestiario, de Juan José Arreola (1972). Y quizá guiada por todos los memes motivacionales del inicio de año quise hacer una reseña con mi particular manía para sobrepensarlo todo.
Mi primer acercamiento con un libro siempre ha empezado por su lenguaje y construcción internos. La compilación de un bestiario data del trabajo de Esopo en el 600 AEC, pero la historia de nuestra relación con los animales seguramente precede al mismo lenguaje. Que dos obras publicadas en décadas diferentes compartan el título y enfoque no es exactamente sorpresivo: lo curioso es que una sea el debut cuentista de Cortázar y la otra sea de las últimas publicaciones de Arreola en el género cuentístico. Ambos autores contaron con una privilegiada educación, acusaciones de su carácter europeizante y un marcado reconocimiento de su trabajo en vida, así que me intrigaba la posibilidad de que sus Bestiarios tuvieran algún punto de comparación.
Arreola reúne 23 perfiles de los animales en cualquier lámina escolar: avestruz, búho, oso, elefante… Con una retahíla de modificadores que hasta a mí me preocupa describe los hábitos de apareamiento, supervivencia y alimentación aunados a cualidades humanas. Reflexiona sobre los símbolos que hemos construido con las bestias, o bien, cómo sus conductas, más poéticas que biológicas, coinciden con nuestras costumbres (o al menos las costumbres que entendíamos en la década de 1970). Quizá por eso repercute en docenas de aforismos dentro de un cuento de menos de una página. En su observación con tono simuladamente científico —optimista, incluso—, Arreola destaca cómo los humanos pueden aspirar a ciertas conductas de las bestias, cómo podemos integrarnos a ese hermoso ciclo sin fin que nos mueve a todos.
Por otra parte, Cortázar relata en el cuento epónimo la relación de una familia en su casa de veraneo donde difícilmente se distinguen sus conductas de los animales, incluyendo violencia, incesto y un lamentable surtido de pasatiempos victorianos. He de confesar que no había leído los ocho relatos de Bestiario en su conjunto original, así que lo primero que descubrí al terminar el libro fue que todos los relatos compartían la equiparación de lo feral con la feminidad. Cortázar ensombrece a la mujer con ansiedad y violencia. La prevalencia de los animales en todo el libro es más bien un énfasis en las enfermedades mentales, la disociación de la identidad frente al instinto o la tradición, y nuestra insistencia por crear una marcada diferencia que sea lo humano, racional y equilibrado.
Definitivamente prefiero el Bestiario de Cortázar por dos razones. La primera es que ha preservado una mayor universalidad por no basarse en las tradiciones y arquetipos de su época sino en las emociones que las personas conectan con las mismas; y la segunda, porque encuentro más creíble el carácter siniestro, violento y desequilibrado de nuestra relación con las bestias, internas y externas, literales y figurativas. Quizá es una cuestión de experiencia personal.
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Qué buenísima reseña.
Que qué?
Detestar a Benedetti