Lo que aprendí de las plantas


Lahura Emilia Vásquez Gaitán_ Perfil Casi literalDe niña vi a mi madre ir y venir con «hijitos», «tierritas» y «compostas»; y en repetidas ocasiones la observé conversando con ellas. «¿Estás triste? ¿Qué te pasa?» Mi madre amaba sus improvisados jardines tanto como a mí y tiene la capacidad de hacerlos crecer en casi cualquier sitio. Más de una vez me mandaba a orinar en una nica, de la cual posteriormente, extraería el líquido, lo clasificaría por antigüedad, haría mezclas según necesitara abonos, venenos, en fin. Mis ojos de niña la veían sin sorpresa y me era imposible alcanzar a dimensionar todo lo que implicaba el simple hecho de hacer crecer una plantita, tan simple como natural. Es hasta ahora después de mi treintena que he regresado a ellas para que me cuenten las historias que en el pasado le contaron a mi madre.

Las plantas no son simples objetos de ornato que liberan oxígeno y absorben dióxido de carbono. Su crianza nos deja profundas reflexiones de vida y podemos sorprendernos de cuánta información valiosa pueden dejarnos de forma silenciosa y totalmente gratuita. Pueden llegar a ser verdaderas terapeutas y consejeras de vida.

Me enseñaron que, con suficiente riego y cuidados, hasta el cadáver más moribundo puede regenerarse y reverdecer. Después de todo, mientras aún quede algo en la raíz, no importa que algunas hojas estén marchitas. Como dice Albert Camus: siempre hay dentro de nosotros, un poder invencible y casi desconocido que solo puede florecer cuando se está de frente a la adversidad. Después de todo, recordemos que la vida comienza en las profundidades y lo que se ve en la superficie, si bien es la parte más visible, no significa que sea la más importante.

Con las plantas aprendí que la vida tiene sus propios momentos y aunque quisiera ver florecer de hoy para mañana a las begonias, sé que tendré que ser paciente y, en ese camino, cuidarlas y mimarlas mucho. La vida es una construcción lenta. La filosofía del todo o el nada no aplica a las plantas. La del pequeño esfuerzo a diario, esa sí.

De las plantas aprendí que siempre es necesario renovar las ropas, cambiar el equipaje. ¿Qué es la muda de hojas sino la más discreta antesala ante la belleza inminente de la primavera que se avecina? Nuevos follajes que nos permiten adaptarnos mejor al nuevo tiempo.

Ellas me enseñaron que «más» no es precisamente «mejor». Cualquier sustancia puede ser veneno o antídoto: todo está en la dosis y en el justo equilibrio. Son las proporciones justas, en los momentos adecuados, lo que empuja el movimiento de la vida. No por fertilizar o abonar más se crece mejor. No por rociar más veneno se muere la plaga. A veces se puede matar a la planta también.

Las plantas nos enseñan que ningún concreto es tan fuerte como para que una pequeña y suave raíz, con suficiente tiempo y entereza, no pueda romperlo. Aprendí con ellas, que la belleza es diversa y no hay maneras «buenas» o «malas» de ser. Son como son de acuerdo a las circunstancias que les toca enfrentar. Sus cualidades estarán mediadas por el entorno que enfrentan. Así como el cactus tiene «hojas» muy gruesas que le permiten almacenar agua en los duros veranos, el pino las tiene muy delgadas para evitar la deshidratación.

Aprendí de las plantas que la energía puede fluir de un organismo a otro y que ellas absorben toda la que nosotros les proporcionamos. Energías de bajas frecuencias se traduce en hojas pálidas y cabizbajas. Las frecuencias altas muestran verde vivaces y nuevos retoños. Las plantas son un reflejo de sus dueños.

Me dijeron de forma silente que la vida es cíclica, que los hijos se van, que solo transitan con nosotros mientras son pequeños y requieren de nuestros cuidados. Y luego: a volar. No nos pertenecen porque nada nos pertenece. El agua llega a la raíz y la moja, luego va al suelo y transita de forma subterránea para, diez mil años después, repetir el ciclo y volverse a encontrar en otra planta y en otro suelo.

También me mostraron que la mayor cualidad que podemos cultivar es la capacidad de adaptarnos lenta y suavemente. El objetivo de la vida es la supervivencia y todo cuanto se hace es en pos de este propósito, así que si un muro no le permite crecer, muy sutilmente buscará una salida alterna. Se aferrará a balcones, cambiará de color cuando el sol sea insoportable. Y tan solo después de haber procurado todo —perseverancia en su máxima expresión— aceptará con resignación que siempre llega un momento en el que procurar la vida no se trata de preservar la nuestra, sino más bien, con agradecimiento y sin resistencia, de entregarla: devolver los átomos que le fueron prestados a la tierra donde, con seguridad, una nueva vida los utilizará para empezar de nuevo.

Diría Marie Cardinal «Cuando el sólido escurre al líquido, cuando el líquido torna a gas y finalmente, a polvo… cuando opera ese balanceo armonioso que permite el precioso movimiento de la materia, todo eso que hace que los bosques crezcan, que el viento sople, que el planeta gire y que el sol caliente, pues cada ser vivo no es más que un conjunto de materiales tomados en préstamo». La muerte no es más que la devolución de éstos al precioso ciclo de la vida.

Si las plantas son la máxima expresión de la perfección de la naturaleza, me pregunto si algún día aprenderemos algo de ellas para nuestra vida diaria.

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1 Respuesta a "Lo que aprendí de las plantas"

  1. Carlos Tenorio dice:

    No hay límites a lo que pueden hacer las plantas. Fabricar el único mecanismo natural para atrapar y almacenar la energía solar, hace 3.5 billones de años, y de paso modificar la atmósfera de un planeta tóxico para la vida tal como la conocemos ahora, es poco menos que milagroso. Siempre me ha asombrado el efecto mariposa del pequeñísimo evento, a nivel microscópico, que hizo que una humilde bacteria consiguiera hacer fotosíntesis por primera vez. Me estremece solo pensar en ese momento inaudito, en alguna charca cualquiera, perdida en la neblina del precámbrico. Lo que se consiguió con eso, lo que hicieron ellas, las plantas, fue más que apartar rocas y extenderse hacia el cielo; fue abrir los torrentes de la consciencia, del bien y del mal, derramándose en lucha desigual sobre la faz de la Tierra. Deberíamos adorarlas como deidades, porque han logrado atrapar la radiación de una estrella hostil para convertirla en alimento, y, viéndolo bien, solo una divinidad puede hacer una cosa semejante. Muchas gracias por las reflexiones del artículo. Debemos acercarnos más a nuestras plantas, pues les debemos todo.

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