Descargué algunas aplicaciones que me pudieron servir, como la del metro, aunque a decir verdad no creía tener internet en la calle. Por otro lado, cuando he visitado ciudades tan grandes como París —quizá fuera aquella la tercera vez, pero la primera en la que permanecería durante tanto tiempo— me he querido sentir un descubridor, como Cristóbal Colón o Marco Polo, quienes, aunque se ayudaron con las estrellas y la brújula, siempre avanzaron por lo que les dictaba su instinto o el azar.
Tomé la decisión de ir por cerveza y algo de comer. Dejé los paseos para más adelante, debía prepararme para el recorrido de los manuscritos de Asturias. Antes de su muerte, el autor de El señor presidente decidió donar más de diez mil documentos a la Biblioteca Nacional de Francia. El material incluía, además de textos originales, obras inéditas, fotografías, caricaturas, diplomas y medallas, entre otros. Unos años después destacados críticos internacionales crearon un fondo para que el mundo asturiano llegara a miles de lectores. Con ello nació la Colección Archivos, de la Unesco.
Una o dos por semana había conciertos en el auditorio de la Cite, mientras que en las habitaciones había presentaciones de artistas visuales o pintores jóvenes en su mayoría. Ahora sabía que mis vecinos estaban ensayando su concierto. Aunque desde hacía un tiempo había renunciado a asistir a presentaciones o representaciones excepto que fuera la de uno de mis libros o la del libro de algún gran amigo, me debatía si en un par de días asistir al concierto de flauta o al de piano. O a los dos, quién quita.
Ahora no había ruido de fondo. Escuché el aleteo de algunos pájaros que también pasaban graznando del otro lado de las ventanas. Creí escuchar la corriente del Sena, las olas provocadas por los botes. Las noticias decían que la marea estaba bajando dado que aquel invierno había sido uno de los más lluviosos. Notre Dame continuaba de plantón y la torre Eiffel con sus ancas muy abiertas. Siempre sirvo tres cervezas para sentirme acompañado, una especie de ménage à trois con dos de los símbolos más importantes de la cultura occidental.
Tomé uno de los libros y paseé un rato con Marlowe por las páginas de La dama del lago. Es magistral, Chandler. Magistral.
Se terminaron las cervezas. Creo que mis dos invitados estaban con el malestar de la resaca. También pudo ser que, como me quedé dormido sobre el libro, pudo haber sido el mismo Marlowe.
Tendría que comprar más cerveza y una botella de ginebra.
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¿Quién es Francisco Alejandro Méndez?