A una semana de abrir la economía de este cementerio llamado Guatemala —donde pareciera que ya todos estamos muertos de antemano— no nos extrañe que el gobierno, desde su posición acomodada, ahora se lave las manos cual Poncio Pilatos y responsabilice al pueblo por el ascenso de contagios. Por supuesto que en este país surrealista eso es lo que menos debe extrañarnos, pues nuestro flamante gobernante ya se terminó de quitar la máscara y, con la resignación que solemos tener, ya nos han quedado claras sus verdaderas intenciones. Todo ese discurso de que al gobernante le importaba la vida por sobre todas las cosas no era más que demagogia barata que solo un pueblo como este, en su ingenuidad, podía ser capaz de creer.
¿Alguien todavía cree que nuestros políticos tienen escrúpulos? Lo más divertido es que sí. Como si no fuera obvio que el país quedó millonariamente endeudado mientras que el gobernante, ni más lento ni perezoso, se apresuró a agilizar la aprobación de los préstamos; pero esa misma agilidad no se vio para repartir la ayuda económica a las familias necesitadas que, como era de esperarse, brilló y brillará por su ausencia por los siglos de los siglos amén.
Pero no nos preocupemos porque, así como a nosotros nos incomodan los cambios, Guatemala seguirá siendo el mismo país adormecido que hasta hoy ha sido. Aquí solo necesitamos que nuestros gobernantes nos estén echando bendiciones en cada mensaje que emiten para que nuestros oídos se endulcen. En eso no nos distinguimos mucho de nuestros hermanos países centroamericanos, donde acostumbramos a reinterpretar la realidad solo en función de un conjunto de creencias que no serían nocivas si no contribuyeran a volvernos conformistas y a mantener la relación de sujeción perfecta.
Más claro no podía ser y ni así la gente aprende. Los gobiernos de derecha en este país siempre velarán por los intereses de los poderosos. Solo eso explica el absurdo de cerrarlo todo cuando apenas hay casos y abrir cuando estamos en el momento más álgido de la enfermedad en este país. Precisamente este momento coincide cuando los intereses de las empresas comienzan a verse afectados. Entonces, dramáticamente, la clase acomodada comienza a salir a las calles, desgarrándose las túnicas y diciendo que velan por los intereses de los más necesitados.
En verdad lo preocupante del caso es que a partir de ahora solamente puede esperarse que los datos se oculten. Al contrario de lo que ocurre en otros países, donde se han tenido que tomar nuevas medidas y se ha vuelto al aislamiento, en Guatemala dudo que eso suceda porque este país en particular está empeñado a recuperar su pujanza económica.
La tarde que escribo este artículo recién me entero de que Cuba volverá a cerrar sus puertas al extranjero y se tomarán nuevas medidas a partir del lunes. Por supuesto que esto es lamentable, pero es la realidad. Casi puedo apostar que en Guatemala esto no sucederá. Lo mejor de esto es que, en un Estado al que le importa muy poco la seguridad de sus ciudadanos, todas las personas tengan la oportunidad de generar ingresos. Sin embargo, en relación con la salud no vienen buenos augurios y la situación se agravará en proporción de que el gobierno se “haga de la vista gorda” ante la situación.
Se podría resumir, al final de todo esto, que las estrategias para detener la pandemia en Guatemala han sido de las peores en el istmo centroamericano y no se necesita mucha inteligencia para comprobarlo. Basta con ver las estadísticas y comprenderemos que las estrategias y medidas tomadas han sido un rotundo fracaso, algo que, de más está decirlo, resulta demasiado obvio. Necios quienes se niegan a ver esta verdad tan clara y prístina.
Nos quedará esperar qué resultados se obtendrán al cabo de dos o tres semanas con esta apresurada y poco estudiada reapertura de la economía. En lo particular no creo que haya mejora alguna, pero lo que más preocupa es que ahora que estamos a la mano de dios en este pueblo tan amado por él, que no tardara en abrir iglesias (porque esa sí es una actividad vital para alimentar nuestras supersticiones y esperanzas).
Además, no tenemos una institución confiable que dé resultados reales sobre la enfermedad. Esto solo puede ocurrir en esta patria del criollo donde solo podemos esperar que las “instituciones honorables” conspiren en contra de los intereses colectivos y actúen a favor de minorías cegadas por la codicia. De aquí en adelante, ¡sálvese quien pueda!
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