«Cuando la gente me pregunta cuál es mi novela favorita intento dar una respuesta indirecta ―dice Achebe en el prefacio a la segunda edición de La flecha del dios― […] Cualquier paterfamilias que se precie hablará, si se ve obligado, del atractivo particular de cada uno de sus hijos. […] Ese atractivo particular sería que es la novela que probablemente me sorprenda releyendo.»
La flecha del dios es uno de los ejemplos más complejos de contraescritura en las novelas contemporáneas.
Si bien Todo se desmorona es la novela africana más leída de todos los tiempos, será La flecha del dios la que más haya propiciado diferentes lecturas y opiniones encontradas entre los lectores y estudiosos de la obra de Achebe. La flecha del dios es una vuelta al inicio, para derrumbar todo lo ancestral, todo lo místico, todo lo primigenio. Si bien el drama de Okonkwo y de su nieto Obi son narrados en Todo se desmorona y Me alegraría de otra muerte, será Ezeulu, el protagonista de la tercera novela, quien se encargue de cerrar un círculo de tierra.
Situada aproximadamente treinta años después ―cronológicamente hablando― de la primera novela, la narrativa de la novela girará en torno a la instauración de la democracia y el desarrollo de la civilización occidental en lo que después será Nigeria. En medio de este complejo sistema político y colonial se desarrolla la historia de Ezeulu, la flecha del dios Ulu, su vicario, el sacerdote de una de las últimas tribus nigerianas.
Achebe de nuevo no dota de su obra de un color local: el duelo entre los dos sacerdotes más poderosos de Igbolandia, que son los responsables de la lluvia y el éxito de las cosechas, hace que la población paulatinamente voltee a ver al cristianismo, con su flamante iglesia nueva y la doctrina de que hay un solo dios, quien controla a la lluvia.
El apoyo del capitán Winterbotton (el apellido, un guiño gracioso de Achebe) a la población que adopta el cristianismo, y la tozudez de los sacerdotes, van destruyendo uno de los últimos bastiones de la resistencia cultural: la amplia y compleja cosmovisión nigeriana.
Ezeulu es un hombre con un peso demasiado grande encima, como treinta años antes fuera Okonkwo. Complejos ambos, acostumbrados a seguir la tradición y renuentes al cambio, ambos verán a su pueblo destruido: uno, Okonkwo, de manera literal, con muertes, producto de la pacificación; el otro, verá la desmitificación de los dioses: el dios cristiano es poderoso porque es el dios del hombre blanco.
Al final, como dice Marta Sofía López, las sospechas de Conrad estaban fundadas: a pesar de todo, es probable que los africanos pudieran ser humanos.
La intención de Achebe en esta novela es clara: Todo se desmorona era una introducción ecléctica de la cultura Igbo. En esta novela todo será más familiar, más claro. Aquí nos explica cada uno de los ritos y de los nombres, de los sacrificios, las conversaciones, los dichos, las anécdotas de la tribu y además los pormenores de la Fiesta del Ñame Nuevo, la celebración más importante del año. Si esta falla, será un año desastroso. El encargado de la fiesta es Ezeulu. Él es la flecha del dios, su vocero.
El hombre blanco, sin embargo, ha venido para decirles que la verdadera fiesta es la celebración del nacimiento del hijo del dios blanco. Él puede bendecir el ñame, no hacen falta sacrificios, ni dioses, ni flechas. La tragedia de Ezeulu es su propio dios, impotente, sombrío. Este no será el último intento de Achebe de acercarnos a la historia Igbo. De Termiteros de la sabana (1987) hablaremos en otra ocasión. El mismo novelista dice:
«Ezeulu estaba luchando contra el hombre blanco, y hubiéramos podido esperar que a su vuelta hubiera sido compensado por su lucha. Pero su pueblo le dio la espalda, así que el blanco se salió con la suya. Con esto no quise decir, ni mucho menos, que el blanco tuviera razón. Lo que intentaba decir es que, en una situación tan extrema, lo realmente significativo es que Ezeulu fuera capaz de luchar y resistir en la medida de sus posibilidades. Incluso en su fracaso, fracasó como un hombre. Esto es muy importante en nuestra cultura. La reciente experiencia de la guerra civil que hubo en Nigeria ha ejemplificado todo esto. Hubo líderes que se comportaron como absolutos cobardes y otros, unos pocos, de los que la gente pudo decir: “Este es un hombre”.» (J. Morrison, 1998).
Hay un proverbio Igbo, que encierra todo el significado de la novela: «Cuando dos hermanos pelean, un forastero hereda la hacienda de su padre.»
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