El problema más grande de Trump


«Donald Trump, presidente». La afirmación, de por sí, hubiese parecido absurda hace poco menos de un año, pero nos guste o no, esta mezcla rara de magnate inmobiliario y showman es el presidente de Estados Unidos, con todos los poderes y obligaciones que el título conlleva. Y sin embargo, un análisis minucioso de su comportamiento —y más importante aún: del comportamiento del gobierno desde que él asumió la presidencia— hace que de primas a primeras se piense en él como un oportunista mediático más que como presidente de una nación.

Hoy es cuando suenan mejor que nunca varias interrogantes: ¿Qué ha hecho Donald Trump hasta ahora? ¿Qué hace en su día a día? ¿Cuáles son sus planes? ¿Cómo pretende cumplir sus promesas de campaña? Las preguntas son muchas y la respuesta una sola: nadie sabe.

Pero vayamos al fondo de esta situación. Lo cierto es que Trump hace muy poco por la nación más poderosa del mundo, y si en realidad hace algo importante, no pareciera. Juega golf casi todos los fines de semana, eso sí. Tuitea. Mira Fox News. Critica a todo el que se atreve a criticarlo a él. Pero aparte de eso, ¿hace algo más? Con casi seis meses en el poder todavía no ha terminado de nombrar ni siquiera la tercera parte de los puestos necesarios para que el gobierno funcione debidamente. No ha propuesto leyes al Congreso que no sean solo para derogar otras que ya funcionaban, y tampoco ha firmado decreto ejecutivo alguno que se traduzca en cambios realmente significativos.

¿Cuáles son sus planes? Para cualquiera esto está mucho más claro: volver a ganar la presidencia en el año 2022 y mantenerse popular. El único problema es que su victoria fue muy estrecha —a pesar de lo que él mismo piensa—, y para que esto fuera posible necesitaría ganar adeptos, no perderlos; y que Trump esté ganando incondicionales es algo que precisamente no está pasando sino todo lo contrario; digo, a menos que vivamos en la misma realidad alterna en la que parece vivir él.

Y esto nos lleva a la última pregunta, y quizá la más importante: ¿Cómo pretende cumplir sus promesas de campaña? Esto es lo que representa el problema más grande de la presidencia de Trump.

Él no pretende cumplir ninguna promesa. No tiene ninguna creencia real. Dijo lo que pensaba que necesitaba decir para ganar las elecciones y continuará diciendo lo que piensa que necesita decir para mantenerse popular. Los medios contralan su vida y su comportamiento de una forma en la que ningún presidente que ejerza debidamente sus funciones debería ser controlado. Ni siquiera viendo cómo se desmorona su imagen cambiará los palos de golf por el deber que le fue encomendado, pues en el fondo, no cree en nada ni nadie más que en su propio ego y su propio poder.

Pero no me refiero a su poder como presidente de Estados Unidos, sino a su poder como Donald Trump, billonario, hombre de negocios exitoso y modelo a seguir. A la larga no importa que ya no sea ninguna de esas cosas si él sigue creyendo que lo es. Más allá de eso, él sigue creyendo que esa imagen de empresario y payaso que cultivó por años sigue siendo más importante que el trabajo que le compete ahora.

Donald Trump no quería ser presidente de su país —no en verdad—; lo único que él quería era que todos supieran que él, un adinerado bufón mediático sin precedentes, podía ganar nada más y nada menos que la presidencia de los Estados Unidos de América. El problema es que ahora todo el mundo espera que trabaje en su cargo, pero él no sabe cómo hacer eso. Lo único que él sabe hacer es vender bienes inmuebles, producir programas de televisión, ser un reality star, pero no tiene la menor idea de cómo ser un presidente.

¿Quién es Lissete E. Lanuza Sáenz?

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