Disciplinada y creativa


Diana Campos Ortiz_ perfil Casi literal«Y así voy por el mundo, sin edad ni destino.

Al amparo de un cosmos que camina conmigo.

Amo la luz, y el río, y el silencio, y la estrella.

Y florezco en guitarras porque fui la madera».

Atahualpa Yupanqui (¿O Paula Nenette Pepín?)

Abro mi cuaderno: lo primero, un nombre. Lo segundo, un tema. Lo tercero, un cronograma. Lo cuarto, esto no tiene sentido. Cierro mi cuaderno. Le doy mil vueltas. Abro mi cuaderno: dibujo una persona en medio del desierto. Paso la página: hago una lista de nombres (yo voy por la vida imaginando títulos de novelas, nombres de restaurantes, marcas de ropa). Ninguno me gusta. Cierro el cuaderno.

No sé cómo nombrar esto, mi columna quincenal en (Casi) literal. Escucho música. Aparece una canción de la argentina Paloma del Cerro que resulta que es un poema de Atahualpa Yupanqui: Tiempos del Hombre; que, entre otros versos maravillosos, queda este y me da vueltas:

«Yo no estudio las cosas ni pretendo entenderlas.

Las reconozco, es cierto, pues antes viví en ellas.

Converso con las hojas en medio de los montes

Y me dan sus mensajes las raíces secretas».

https://www.youtube.com/watch?v=YPlvhpGU08Q

No me gusta que se llame Tiempos del Hombre, pero lo entiendo. Atahualpa era de la edad de mi abuelo, esa generación que todavía defendía que decir hombres equivalía a decir «humanidad». Para corroborar el dato busco a Atahualpa en Google, eso me lleva a descubrir a su esposa, que se llamaba Paula Nenette Pepín, que era de origen francés y compuso varias de las canciones adjudicadas a él. Además, utilizaba un seudónimo masculino para ser aceptada: Pablo del Cerro; Pablo por su nombre, Del Cerro por su lugar amado: el Cerro Colorado, en Córdoba. Pienso que Paloma del Cerro se inspiró en ella. También pienso en mí.

Como Nenette Pepín y como Paloma, yo también tengo un cerro amado: se llama «La Carpintera». No es mío, pero sí lo es porque es de mi pueblo, donde ya no vivo. Lo que no tengo es un seudónimo masculino para escribir; honro a mi época y mi contexto por eso.

Decido que voy a escribir sobre ellas: las mujeres que tuvieron que usar nombres de hombres para ser leídas. Una que conocí en mi adolescencia: Aurore Lucile Dupin de Dudevant, mejor conocida como Georges Sand y que es recordada por vestir como hombre para asistir a los salones y compartir con los literatos del París de su época.

Abro de nuevo mi cuaderno. Pongo fechas. Leo sobre ellas. Llega el coronavirus a Costa Rica. Cierra la guardería de mi hijo. Se nos caen las fechas, los planes, los tiempos, las prioridades, la atención. Cierro mi cuaderno. Sigo indicaciones: me lavo las manos, procuro no salir, no estornudo, compro alcohol en gel. Intento no desatender la vida cotidiana, con su café que se acaba, con sus huevos que se queman, con los dientes de leche saliendo y con las fechas de entrega de los proyectos. Abro el cuaderno.

Entonces llega el coronavirus a Costa Rica: cierran las escuelas, se prohíbe la entrada de personas extranjeras, cuidamos a nuestros abuelos y abuelas, nos tapamos la boca con el codo para toser, cae el turismo, mis amigas y familiares se quedan sin trabajo, los chats se llenan de memes, de advertencias, de peligros y consejos. Cierro mi cuaderno. ¿A qué hora voy a escribir? Además, sobreinformada, sin certezas, confundida, abrumada.

Quería escribir sobre las mujeres escritoras. No me sale. Luego habrá tiempo para eso. Quería explicar el nombre de la columna. Tampoco me sale. Quería hablar de Centroamérica. No me sale. Así empezará, pues, mi nueva columna: como un listado de intenciones. Escrita hoy, el día que anunciaron el cierre de las fronteras. Ya habrá tiempo de todo lo demás.

Abro mi cuaderno. Cierro la puerta. Hago café. Cuido un bebé. Me quedo en casa. Trabajo. Contemplo el silencio. Pienso que estaremos bien, a pesar de todo. A pesar de la economía y de la pandemia. Pienso que podemos cuidarnos y comenzar a imaginar otro mundo más justo. Pienso que lo más duro es pasar por esto sin abrazar.

Escribo, disciplinada y creativa. Es lo que nos queda.

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