Elena Poniatowska y una Nicaragua «dulcita»


Diana Campos Ortiz_ Casi literalLa letra de Elena Poniatowska es muy bonita. En la sección de libros antiguos, particulares y queridos que tengo en mi casa hay uno en cuya primera página se puede leer una dedicatoria escrita por ella. Es un libro suyo firmado en Managua en la década de 1980. Dice entre, otras cosas, esto: «el porvenir de una Nicaragua a la que se puede querer cada día más por libre y dulcita».

El libro, por supuesto, no me lo dedicó a mí, sino a un comandante histórico de la Revolución. ¿Fue en el mercado Roberto Huembes o en el mercado Oriental? No lo recuerdo bien. Todavía estaba Enrique Bolaños en el gobierno. Es decir, fue hace años. Yo no tenía ni 20 y caminaba por los mercados con un querido amigo que siempre me llevaba a caminar por Managua, esa ciudad poco peatonal.

En una venta de libros viejos (o robados, o botados, o vendidos, u olvidados) encontré uno firmado por Elena Poniatowska. Yo venía saliendo del colegio no mucho tiempo antes y había leído para el bachillerato un texto de Eduardo Galeano describiendo a Elena. O un texto de Elena Poniatowska hablando sobre Galeano. No me acuerdo. Lo que sí recuerdo es que se hablaba de La noche de Tlatelolco, que trata sobre la represión al movimiento estudiantil de 1968 en México, y fue así como empecé a aprender sobre las históricas represiones e impunidades que ha habido en América Latina.

¿Fue en el Huembes o fue en el Oriental? Yo qué sé. Sí sé que me lo vendieron por unos cuantos córdobas. Me lo traje a Costa Rica y lo leí de camino mientras cruzaba la frontera en bus y me comía un mango verde con limón y sal en bolsa plástica. Del comandante al que perteneció yo muy poco sabía.

Sobre la noche de Tlatelolco he seguido aprendiendo. Y también sobre Elena Poniatowska, que en 2013 fue galardonada con el Premio Cervantes y que sigue siendo lúcida, comprometida, lectora y política. Y bueno, también he aprendido sobre los comandantes.

Hace unos días leí un titular en que la nombraban, porque ella, Pepe Mujica y un grupo grande de personas de la izquierda tradicional de América Latina manifestaron en voz alta que no estaban de acuerdo con el régimen, por más de «izquierda» que se nombrara.

Corrí a mi estante de libros antiguos, particulares y queridos, y ahí seguía Elena de la década de 1980, congelada en el instante en que escribió esta dedicatoria. ¿Cómo habrá sido ese momento? ¿Habrá tenido la certeza de una Revolución? ¿La convicción de que algo estaba cambiando? ¿O no?

No puedo saberlo. Lo que sí puedo ver es que Elena Poniatowska en aquella época pensaba que Nicaragua iba a ser más «dulcita» y que varias décadas más tarde, como le pasa a tantas personas —con mucho dolor y sinsabor— han tenido que aprender que no, que el porvenir político de Nicaragua no se hizo más dulcito como ella imaginaba, sino todo lo contrario. Dolorosa certeza.

Con la dedicatoria del libro de Elena Poniatowska aprendí que en política se puede sentir y nombrar la dulzura, que un país puede ser más «dulcito» cuando se libera de sus opresiones. Pero también que, si se puede nombrar la dulzura en política, entonces también la amargura. Eso siento cuando pienso que 1968 no fue hace nada y que todavía, con plena impunidad y creciente olvido, la noche de Tlatelolco sigue siendo muy larga en América Latina. Todavía no amanece.

Yo también quiero que el porvenir de nuestros países sea dulcito y lo quiero escribir mucho, a mano, en máquina, en las paredes y en las redes. Como Elena. La letra de Elena Poniatowska es muy bonita.

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