Un libro es un arma cargada en la casa de al lado… ¿Quién sabe cuál puede ser el objetivo del hombre que ha leído mucho?
Fahrenheit 451
Una feria del libro, en cualquier parte del mundo, representa una interconexión de letras en primer lugar. Una interconexión de una serie de distintos sentidos lúcidos que han querido interpretar su realidad de la mejor manera posible, así como queriendo afrontarla con un escudo que revienta metáforas. También representa una serie de interconexiones humanas entre los libreros, los editores, los autores, los lectores y todo aquel voluntario presente para cualquier actividad humana, espiritual, física, terrenal, infernal. Una feria del libro es un espacio alternativo de comercio en donde no solamente habrá lo que cualquier ser humano consciente necesita para su diario vivir, sino también hombres —como diría Walt Whitman: “esto no es un libro, es un hombre”—, fantasmas encontrados, demonios aparecidos, corazones desvirtuados y desligados de su sangre, de su cuerpo, de su esencia íntima y efímera del respiro instantáneo. Una feria del libro es un espacio interesante de convivencia en donde un grupo de fulanos, sin grandes dotes sociales y, seguramente, muchos de ellos con fuertes capacidades alcoholísticas y de otras índoles, están reunidos por varios días juntos, aglutinados en un recinto reducido esperando que al menos Dios se pase a dar un vuelta, a saludar o a recordarse de que en la tierra también existen libros.
Una feria del libro es como una simbiosis de aconteceres repentinos y eternos en el mundo, en la realidad, en la ficción, en la página atravesada por la tinta descolorida, resuelta e intacta. Nos complace una feria del libro, siempre nos ha complacido, nos ha llamado la atención, nos ha sorprendido, nos entusiasma y —cómo no— siempre nos repelerá entrar a ese mundo desconocido en donde nadie habla como un ser humano normal, correcto, entendido en el sistema que el mundo nos impone, en donde las visiones a reconocer como idiosincrasias y filosofías recurrentes para levantarse cada día con el pie derecho son situaciones que asustan porque nos perforan el cráneo con delicada y exquisita astucia, como para que las cosas no entren por un oído y salgan por el otro.
Una feria del libro, a pesar de todos los pesares, incluso del mainstream editorial, es algo curioso y entretenido para que el ojo humano que se ha complacido todo este tiempo en respirar, trabajar, comer, coger (si bien le va), cagar y dormir se entere de las infinidad de otros placeres poéticos, narrativos, dramatúrgicos, ensayísticos y un largo etcétera que este planeta nos ofrece a pesar de la violencia, de la explotación y de la tristeza de estar vivo.
Una feria del libro puede ser esto y mil cosas más, yo que sé. El asunto es que esperemos que la banda, la mara, ese colectivo de personas que viven en una aldea, en una ciudad, en un país, logren apreciarla y retenerla en sus manos, en sus corazones, en sus espíritus antes de que todo sea demasiado tarde, quizás, un puñado de hojas con tinta que parecen letras, etcétera.
Todos lo sabemos, aunque esté en lo más hondo de nuestro inconsciente:
La magia solo está en lo que dicen los libros, en cómo unían los diversos aspectos del Universo hasta formar un conjunto para nosotros.
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