“Mientras, doméstica o extranjera, tenga usted tiranía, ¿cómo puede tener patria? La patria es la casa del hombre, no la del esclavo”.
Giuseppe Mazzini
Inició septiembre, el mes patrio. El mes de las lluvias acompañadas de redoblantes y actos cívicos, de juras a la bandera y de hinchar el pecho al ver el pabellón nacional ondear en el cielo. El noveno mes del año, en el que se celebra la independencia de Guatemala según repite una y otra vez gran número de personas e instituciones que desempolvan, anualmente, la decoración acorde a las llamadas fiestas patrias.
El 15 de septiembre de 1821 un grupo de habitantes centroamericanos miembros de la élite colonial criolla, junto con representantes del poder eclesial y el capitán general de Guatemala, Gabino Gainza, representante del poder español en estas tierras, se reunieron después de meses de discusiones para firmar un acuerdo que, a mi parecer, no fue más que un simple cambio de mando, un traspaso de poderes en el que la capitanía se separaba políticamente del reino de España.
Durante la época escolar suele achacarse a Europa casi la totalidad de desgracias acaecidas en los tiempos posteriores a la Colonia. Esto es una estrategia de quienes han escrito y nos han dicho cómo debemos aprender la historia centroamericana para justificar la serie de erradas y mal intencionadas decisiones que, de forma continua, nos han conducido a la construcción de países económicamente dependientes, pobres sino miserables, racistas, clasistas y excluyentes.
Estamos en septiembre y en esta fanfarria que se aproxima se omite, entre otros detalles, la anexión casi inmediata al proyecto imperial de Agustín de Iturbide en la cual se evidencia la falta de certeza política dentro de la recién formada república. Por otra parte, el triunfo que obtuvieron los liberales, y que les permitió mantener el control y mando de Centroamérica, hizo que los símbolos y la narración histórica, desde una óptica que los beneficia, tomara carácter oficial y se apegara socialmente a una visión del mundo que solamente responde a los intereses de un sector privilegiado.
Mientras unos cuantos decidían firmar un acuerdo por medio del que se le habría de trasladar el poder a los grupos de criollos más influyentes, en el devenir de los años la gran mayoría de la población, es decir, los indios, no sabían siquiera que ocurría un cambio de mando, que el tributo nunca más llegaría a España. Dentro de su realidad material no se percibiría un cambio sustancial.
La historia de la independencia centroamericana parece un cuento mal narrado en donde se apresuró el final sin llegar a un álgido nudo que pudiera, al menos, dar un recuerdo memorable. Nos traslada a un momento en el cual el poder consolidado de las élites criollas empieza un largo recorrido entre disputas y conflictos internos por el dominio y control estatal, situación que aún perdura en la actualidad teniendo como protagonistas a grupos poderosos en busca de beneficios particulares. Empresas y negocios familiares transformados en alianzas y coaliciones con mega proyectos, transnacionales, corporaciones y sociedades anónimas, perpetúan las condiciones de desigualdad y la amplia brecha entre ricos y pobres, dando prioridad al interés privado de unos pocos sobre los intereses de la mayoría.
Cuando escuchen el cañonazo a las 6:00 p.m. recuerden que la celebración independentista, así como la bandera y el himno nacional, han sido imposiciones de carácter liberal en su fomento casi implacable por construir una idea de país homogéneo y estandarizado, buscando construir e interiorizar la idea e imagen del buen ciudadano mediante el falso nacionalismo que genera el consumo y el patriotismo como herramienta de control social, y para que se aplauda la capacidad que siguen manteniendo ciertos grupos de conservar a gran parte de una región en la miseria a cambio de cuetillos y fuegos artificiales.
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